A veces es difícil
distinguir de qué hablamos. Decimos Nuestra
Señora de París y los arquitectos piensan en el gótico. Otros, piensan en
una novela. Y muchos, recuerdan un film.
Nosotros vamos a hablar de una novela, de su autor Victor
Hugo y de arquitectura; ya que esta pieza literaria contiene algunas lecciones
de arquitectura e historia y del destino común de estas dos fascinantes
materias.
Comencemos con este breve pasaje del libro: “Se
mostrarían a nuestra vista cosas tan arcaicas que nos parecerían nuevas”. La novela fue escrita en el siglo XIX, ambientada en el
siglo XV, cuando había transcurrido aproximadamente un siglo desde la
culminación de la iglesia que le presta el nombre a la novela. El edificio se
construyó entre los siglos XII y XIV.
Estos datos nos hacen recapacitar sobre los tiempos
largos. A nosotros, que nos parece que un mes es demasiado.
Indaguemos un poco en el autor. Era sensible a los
valores de lo antiguo. Se interesó en la defensa y preservación de la Abadía de
Saint-Michel, entorno medieval, en
tiempos en que las ideas progresistas impulsaban la destrucción de todo lo que
fuese iglesia, aunque esto implicase el saqueo del patrimonio edificado. En
este campo, Hugo actuó como un adelantado a su época.
La novela abre con un breve prólogo. Allí Hugo describe que
en ocasión de una visita a la iglesia, se encontró con unas huellas talladas en
la piedra; como esas que se ven en los árboles hechas con objetos filosos. Reconoció
una palabra: fatalidad. La
descripción que hace es minuciosa y evocadora. Describe cómo el paso del tiempo
ha borrado la precisión de los trazos. Aunque en su origen fueron nítidos, el
paso del tiempo se ha encargado de desdibujar toda definición.
Más allá de los protagonistas que fácilmente recordamos –Esmeralda,
Quasimodo y Frollo- el personaje principal de la novela es la propia iglesia.
El edificio carga con un pesado fardo. Obispos y
arquitectos también dejan huellas en el
edificio. Lo alteran y desdibujan. Así, “las maravillosas iglesias de la edad
media… experimentan mutilaciones de todas partes… El sacerdote las embadurna,
el arquitecto las rasca y el pueblo las derriba”. En las palabras de Hugo
reconocemos respeto por la obra y conciencia de las huellas del tiempo. Lo
mejor ya quedó atrás. Aquí Hugo revela su ser romántico.
En otro pasaje del libro leemos: “Esto matará a aquello.
El libro matará al edificio.”
¿Qué significa esto?
Las catedrales góticas fueron instrumento de instrucción.
Funcionaban como libros abiertos. Todo el conjunto escultórico de fachadas e
interiores –que a nosotros poco nos dice, o en el mejor de los casos, admiramos
sólo en términos formales o artesanales– es también un discurso religioso, un compendio
de mensajes y valores.
Todas las figuras representadas, colocadas en el edificio
más importante de la antigua ciudad, están allí para la instrucción de los
creyentes. La arquitectura no era sólo edificio, era también texto ilustrado.
Pero al llegar al siglo XV la imprenta, el gran invento
de la época, acaba con esto. Con Gutenberg, el antiguo libro escrito con la
paciencia y manos de los monjes pasa a realizarse en la imprenta de forma
mecánica. El trabajo se simplifica. Y no es casualidad que una de las primeras
impresiones de Gutenberg sea la Biblia.
Escribe Hugo: “La arquitectura, pues, fue hasta Gutenberg
la escritura esencial, la escritura universal.” De allí, las palabras de Hugo:
el libro de papel ha sustituido al libro de piedra. Lo vence con su practicidad;
lo mata. Más nunca en la historia volverán a hacerse catedrales góticas.
Las que todavía existen, como Notre Dame, cargan con la huella trágica de pérdida de su
significado y trascendencia originales.
Hugo nos ha dado una lección de historia. Y hablando de
ella es inevitable describir el entorno en donde la vida se desarrolla: la
arquitectura y la ciudad. La relación entre arquitectura y ciudad, cultura y
vida es muy estrecha y la historia nos lo permite apreciar. En este caso, a
través del ingenio de Hugo.
Este pasaje del libro llamó la atención de Frank Lloyd
Wright, arquitecto de principios del siglo XX. La novela romántica de marcada
atmósfera histórica produce ecos en las inquietudes intelectuales de un
arquitecto de principios del siglo XX.
Cada tiempo tiene sus propios dramas y sus propias
búsquedas. En el caso de Wright, el recuerdo del descenso de la arquitectura
gótica le sirve para cuestionar la arquitectura tradicional de su país con sus
afectados adornos, promulgando una arquitectura adecuada a la era de la
máquina.
Comenzamos este ensayo diciendo que la novela de Hugo es
un viaje al pasado. Pero también es un ancla que nos permite entender el
presente y quizás aventurar el futuro.
Hablar de Notre
Dame es hablar de novela histórica, esa fusión literaria que nos enseña que
lo que el hombre ha hecho en el tiempo puede maravillarnos tanto como los
relatos de ficción. En la novela de Hugo se entrecruzan fuentes de vida: la literatura,
la historia, la ficción y la reflexión cultural.
Algunos autores se toman algunas libertades traspasando
géneros. La unidad deriva de la universalidad de la escritura y de sus
contenidos. Así, se puede escribir una auténtica novela de época que incluya
también lecciones de historia y arquitectura.
Eso sí. Se necesita talento. Para imaginar con amor y
grandeza y escribir igualmente.
Hugo lo hizo. Con
su novela, el edificio se transformó. Se renovó.
Victor Hugo. Nuestra Señora de París. Madrid, EDAF,
Ediciones-Distribuciones, S. A., 1980.
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