El poeta Paul Valery escribió un breve texto dedicado a
la arquitectura. Es una recreación de diálogo platónico entre Fedro y Sócrates.
Se titula Eupalinos o El arquitecto.
Leemos una nota preliminar al libro, que escribe Émilie Noulet. Ella nos
dice que el diálogo es un contrapunto entre el absoluto filosófico y la
filiación a las obras concretas. En otras palabras, entre silencio y eternidad y
belleza y creación. Según Noulet estas dos fuerzas coexisten en Valery y son
así mismo, el hilo conductor de este bello texto sobre el trabajo del
arquitecto.
Sócrates sostiene que el trabajo que hacen los
arquitectos –proyectar y realizar edificaciones– es vencido por el tiempo y por
la intemperie. En cambio, los edificios teóricos son eternos, inmutables.
Platonismo en estado puro.
Sin
embargo, en otro pasaje, Sócrates rectifica, señalando que la desgracia de los
filósofos es “no ver jamás derrumbarse los universos que imaginaron, pues, en
efecto, no existen.” (Valery, 1982: 22).
Eupalinos, el arquitecto, construye con devoción, con enorme cuidado a cada
aspecto de la construcción. No importa si la obra será vencida por el tiempo.
Fedro ama el cuerpo y la carne. Al contrario, Sócrates busca la belleza en
una idea imperecedera.
Valery coloca estas palabras en boca
de Fedro: “No hay cosa bella separable de la
vida, y la vida es lo que muere.”
Esta idea
dista de la belleza eterna y así mismo abstracta. Las piedras, prestas a
caducar y a perecer, pueden ser más valiosas que las ideas puras.
Jugando
con la imaginación, cabe aquí preguntarnos qué pensaría hoy Platón si se
percatase que el Partenón, obra hecha por artesanos con los medios viles de las
manos y las herramientas, es considerada una gran obra de la antigua cultura
griega a la par de su propia obra filosófica.
El texto de Valery refleja la transformación una antigua disputa bajo las
presiones de la modernidad: se abandona toda búsqueda del absoluto.
Nos hemos percatado que ese ideal puro es sólo un anhelo.
La fuerza avasalladora de la historia lo ha demostrado. Nuestro ser incompleto
nos lo ha revelado igualmente. Solamente
un Platón podía aspirar tan alta excelencia. A nosotros nos toca otra cosa.
Y en esta renuncia el ser moderno descubre esa belleza carnal y falible.
¡Aunque muera o se derrumbe con el tiempo!
Hemos encontrado un nuevo goce. Lo encontramos en algunas
edificaciones, en estatuas y cuadros y también en las mujeres que amamos.
Hay algo maravilloso en la huella que deja el tiempo.
Algunas obras parecen renacer y las descubrimos a través
de nuevas miradas ni siquiera antes imaginadas. Por otro lado, el tiempo apaga
el brillo y permite que afloren valores más profundos, a veces escondidos.
La mujer también cambia; pierde algo de firmeza y su
expresión delata los acentos de la vida. Y eso la hace más bella aun.
Somos
hijos de Eupalinos. Con Paul Valery, admiramos la belleza de la vida, aquella
que madura lentamente y muere.
Paul Valery (1982). Eupalinos o el arquitecto. Madrid,
Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos de Madrid.
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