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CLASIFICACIONES, BATALLAS, FRACTURAS (texto más música)

Conocer requiere formular conceptos nítidos, organizados en disciplinas, categorías y subcategorías. Clasificamos y dividimos. Hablamos de ciencias y humanidades, de arte y de técnica, de mente y de cuerpo. 

El conocimiento describe la realidad pero también se apodera de ella.

  Fundamentalmente esta ha sido la tradición de la ciencia occidental.

Cada vez que aparece alguna materia nueva le ponemos nombre, la colocamos en  una nueva casilla. Todo en perfecto orden.
Cuando hemos olvidado cierto detalle del sistema nos han aplazado en el examen. También la propia realidad ha sufrido las consecuencias de nuestro afán por ordenar.
El ornitorrinco es un animal como cualquier otro. No debería ser excepcional. Pero sí lo es. Es un mamífero que tiene pico y patas de pato, es un mamífero que pone huevos. Es un animal atípico para nuestro concepto de naturaleza. De este modo, se vuelve un animal un tanto triste y desdibujado. Y esa tragedia del pobre animal se debe a nosotros los humanos que no encontramos dónde colocarlo.

Ken Wilber, psicólogo estadounidense, dice que somos excelentes cartógrafos, pero que ese progreso conceptual nos hace olvidar la realidad del paisaje real, ese que está allí. Como cartógrafos trazamos límites. Al establecer límites damos pie a tensiones y batallas. Definimos fijando fronteras. En las primeras líneas del Prefacio del libro La conciencia sin fronteras Wilber explica:

Creamos una persistente alienación de nosotros mismos, de los otros y del mundo, al fracturar nuestra experiencia presente en diferentes partes separadas por fronteras. Efectuamos una división artificial en compartimientos de lo que percibimos... y así recurrimos a un divorcio causante de que nuestras experiencias interfieran con otras y exista un enfrentamiento entre distintos aspectos de la vida. El resultado de semejante violencia… no es más que la infelicidad. La vida es una sucesión de batallas, un sufrimiento constante. (Wilber, 1995).   


En la cita encontramos dos ideas importantes. La primera es que el conocimiento –el mapa– es un esquema de la realidad. La describe pero no la sustituye y no puede reproducir todas sus cualidades. La otra es que donde colocamos los límites aparecen los conflictos.


El método que describe Wilber es el de la ciencia y ese método le ha sido útil. La abstracción le ha convenido y ha significado un aporte a la humanidad.

Hay un pero. No toca en sentido estricto a la ciencia, sino a las valoraciones. Y ese es el tema que aquí nos ocupa. 

La psicología, materia de Wilber, está repleta de conceptos-frontera en nuestro ser: separaciones y combates que derivan en jaquecas, dolores de espalda y males mayores. Ignoramos nuestros sueños. Lo mismo hacemos con nuestros deseos y pasiones. Los sensatos y razonables son aquellos que desconocen lo que sienten y actúan con la pura frialdad del razonamiento. No importa que necesiten protectores del estómago o reguladores de la tensión.

Escindimos nuestra unidad. Hablamos de mente y cuerpo. Y a este lo tratamos como apéndice. Wilber nos habla del centauro, el hombre-cabeza que gobierna al caballo-cuerpo.

En muchos otros campos también se producen barreras.

En la antigua Grecia se desdeñaba el trabajo manual. Los que trabajaban con el cuerpo eran artesanos y esclavos. Luego, durante el Renacimiento, cuando Leonardo escribe su tratado acerca de la pintura, se propone colocar a esta actividad por encima de la escultura. Lo hace afirmando que la pintura es una actividad mental distinta a aquella más pueril y corporal de la escultura, que obliga a trabajar con cinceles y martillos.

Fracturamos la realidad. Y lo hacemos con nosotros mismos y con nuestros oficios. Separamos y jerarquizamos. Otorgamos privilegios, pero también excluimos. Los cartógrafos no son inocentes.

Las artes y la arquitectura tienen sus cartografías, hechas por científicos. Clasifican y separan. Y nos explican que existen artes mayores y menores, útiles y puras, visuales o auditivas.

La arquitectura ha estado en el tope y en el fondo de la clasificación. A veces ha sido arte mayor por poseer la obligación funcional, por ser el arte indispensable; aquel que nos da cobijo a nosotros y a otras artes: la pintura y la escultura. Pero esa misma característica la ha arrojado al lugar de las artes menores para aquellos que consideran que toda funcionalidad atenta contra la pureza de un arte incontaminado de cualquier servidumbre. 

Pureza o imperfección que se juzgan desde una tribuna teórica. 

Sigamos con otros casos.


En el siglo XX se comenzó a realizar una forma de pintura que se denominó abstracta. Desde allí, los pintores que realizaban retratos eran vistos como retrógrados. Curiosamente, Wassily Kandinsky, uno de los exponentes de la abstracción, rechazaba que a su pintura se le colocase tal adjetivo.
 

Para algunos la arquitectura moderna se asocia al empleo de las líneas rectas. Todo aquel que emplee la curva es visto como anticuado o como un expresionista traidor.

En estos dos últimos casos se producen juicios desde la teoría, sin atender a las obras concretas. La abstracción manda sobre la realidad. El mapa sobre el paisaje.


Así, estilos y teorías se conforman como clases científicamente definidas. Establecemos reglas y límites precisos. Salir de ellos constituye error o transgresión. Las obras deben responder a supuestos ideales. No es bien vista ni  la heterogeneidad ni la falta de pertenencia a líneas establecidas.  


Curiosamente, sin esas experiencias singulares no hay nada que  ver, aprender o criticar. Lesionamos o ignoramos lo más importante –las obras–. Los cartógrafos ni cuenta se dan de tal pérdida. Están fascinados con sus especulaciones. 


Afortunadamente, también podemos acercamos a las obras sin los prejuicios de las barreras teóricas. Podemos apreciar cómo algunas de ellas se apropian de fuentes diversas, no unidas por una teoría o modelo coherente. Frecuentemente alcanzan altos valores, más allá de las escuelas y tendencias.


Este es el caso del compositor Heitor Villa-Lobos (1887-1959). Se nutrió de la música del interior del Brasil, de la africana y de los compositores europeos del Siglo XX Ígor Stravinski, Erik Satie y Darius Milhaud. Toda una experiencia vital cargada de cruces creativos.


Fruto de estas experiencias son las Bachianas Brasileiras. Ya su título anuncia la fusión de referencias musicales dispares: Juan Sebastián Bach y la música popular de su país: Brasil. El compositor mira hacia dos universos distantes. Lejos de cualquier eclecticismo, produce una obra sintética –rara e inédita– pero muy sugerente.


Villa-Lobos no es una excepción. El compositor ruso Igor Stravinsky sacudió al público con su obra vanguardista La Sacre du Printemps en 1913 pero también compuso obras inspiradas en el músico barroco Giovanni Battista Pergolesi.  Muchos otros músicos del Siglo XX se pueden incluir en la lista de estos impuros: otros académicos como Bela Bartok, de jazz como Miles Davis y también del pop. Recordemos al impulsor de la llamada world music: Peter Gabriel. 


Lo mismo que hacemos con las disciplinas científicas y con los estilos artísticos lo llevamos también a nuestras propias facultades. Pareciera que a cada disciplina le tocase una parte de nuestros atributos intelectuales. Así, creemos que el científico razona y que el artista es un loco que sólo se nutre de emotividad.


No nos percatamos de que nuestra conciencia no es sólo razón y discurso. Existen otros atributos: la creación, la acción como prueba y error, la intuición y la memoria. Atributos perfectamente humanos que no se prestan al lenguaje científico. Para muchas actividades tienen una marcada utilidad, aunque muchas veces pretendemos ignorarlas. Persistentemente clasificamos y marcamos límites dejando a estos atributos distintos a la razón fuera del juego. El resultado final es que nos partimos en dos, y pretendemos construir nuestra vida con una sola mitad.


Trabajo en un medio –la universidad– que es tierra de cartógrafos. Aquí intentan imponer sus fatigantes y pretenciosos saberes.


La fractura esencial es la que establece que la ciencia y el razonamiento son los atributos por excelencia de nuestra formación. Y este esquema pretende arraigarse también en aquellos dominios en donde la práctica tiene un valor importante, como es el caso de la arquitectura. 


Este dominio cientificista corresponde al rumbo de occidente desde finales del siglo XVIII. Ernesto Sabato se ha referido bastante al tema y lo ha hecho descubriéndole la cara; la del positivismo, aquella corriente filosófica que ya degradada desdeña de la reflexión teórica y pretende conducir toda la realidad y números y a hechos.


Según Sabato hay un Leonardo diurno y razonable. Pero hay otro nocturno  que intenta descifrar misterios vedados; los de la vida y los de la muerte. Este drama no es solo personal; revela la crisis de una civilización.


Un teórico de la arquitectura del siglo XVIII como Laugier se presenta a los arquitectos como filósofo. Como aquel al cual pueden acudir para disipar sus dudas. Aquí se expresa la tentativa de convertir a la arquitectura en una ciencia exacta. Tal nefasto e insensato plan no ha cesado desde entonces. 


Afortunadamente, tanto la arquitectura como otras expresiones artísticas muestran permanentemente que los grandes logros son los de las obras, que siempre están por encima de las grandes teorías que aparecen con toda la pompa para luego ser olvidadas.


Cuando me referí a la tristeza del ornitorrinco no quise exponer una imagen divertida. Fue, sobre todo, un llamado de atención


Quiero alejarme de esa tiranía de lo teórico, de ese permanente juzgar desde la razón, sin siquiera ver y oír, que tanto abunda en la universidad.

Concluyendo, propongo el ejercicio de percibir lo que nos rodea desde nuestra sensibilidad, atendiendo no sólo a la razón sino también a la moral y a lo artístico. Son también atributos valiosos de nuestra tradición cultural y de nuestras capacidades vitales. No los desperdiciemos.


Finalmente, para  completar este texto propongo escuchar dos  obras musicales

1-Bachianas brasileiras n° 9, de Heitor Villa-Lobos
2-Passion, de Peter Gabriel.









Ken Wilber (1995).  La conciencia sin fronteras. (título original: No boundary. 1995). Barcelona, Editorial Kairós.





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