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TERCERA PROPUESTA UNIVERSAL: LA ARQUITECTURA COMO CIENCIA (01-VI-1994. Revisado el 22-V-2016)

El ya inevitable mundo moderno existe a partir de la ciencia y lo científico como ambiciones, como realidades y como maneras de pensar. Como afirma Juan David Garcia Bacca:
                       
A todo campo de conocimiento le ha entrado la obsesión de ponerse en regla con la ciencia. Biología, Economía, Sociología...aspiran a ser ciencia, y a ratos, se creen serlo ya.Y ostentan...estadísticas, formuli­tas, fórmulas...axiomáticas incipientes..." (5)

Es así como la ciencia y lo científico se constitu­yen en un lente desde donde se mira y proyecta cualquier actividad, y por lo tanto, la arquitectura también. El arquitecto suizo Hannes Meyer afirmaba en 1931 que: 

La arqui­tectura ya no es arquitectura (sic). Construir es hoy día una cien­cia. La arquitectura es la ciencia de la construc­ción...Construir no es una acción compositiva      inspirada en el sentimiento. (6)

Meyer escribe esto en sus años como director de la Bauhaus. Lo suyo no fueron solo palabras. Desconfiaba del arte y de los artistas y se dedicó a atacar a Wassily Kandinsky, hasta expulsarlo de la escuela. Para Meyer los alumnos de la escuela no debían perder tiempo dibujando bodegones o copiando objetos.

El propio Mies, otro maestro de la Bauhaus, también estuvo contagiado por este este virus. En su célebre manifiesto de 1923 –Construir- escribe:

No sabemos de ningún problema formal, sólo problemas constructivos. La forma no es la meta, sino el resultado de nuestro trabajo. (Neumeyer, 2000: 366).

Cuando hablamos de la propuesta universal de la modernidad ya adelantamos esta senda. Se trata de cambiar el rumbo de la arquitectura; convirtiéndola en la ciencia de la construcción.
La crítica de Boulleé a Vitruvio, aquella de que la arquitectura es el arte o la actividad de proyectar y no la de construir, se ha vuelto a invertir. Que no se atienda más al proyecto y a sus divagaciones sino a la precisa y objetiva tarea de construir.

Cabe pensar que en la actualidad tenemos un poco más de consciencia ante aquella confusión por la cual se igualó el deseable carácter científico del construir con el aspecto intelectual y creativo del diseñar o "componer", como diría Meyer.

Si en el ámbito de la modernidad dura (tercera y cuarta décadas del siglo XX) lo científico (y por lo tanto universal) se trató de vincular al proceso constructivo; en los años '60 -en los de la metodología- lo científico se quiso vincular a las formas de abordar el proyecto. Era la época incipiente de los ordenadores y de todo un revuelo comandado entre otros por Cristopher Alexander, Geoffrey Broadbent, Cristopher Jones y otros; quienes se volcaron a desdecir de las formas tradicionales de proyectar y a intentar promulgar una forma de trabajo cuantitativa y verificable.
           
Los métodos de diseño se convierten así en un sistema que evalúa, dirige y objetiva el proceso de diseño y el trabajo del arquitecto; dirigiendo su objetivo al método empleado, por encima y aun olvidando la arquitec­tura y el proyecto como tal.

Se abrió aquí el espacio para uno de esos términos impertinentes: el proceso.

Desde allí, se discute y se analiza la forma de trabajo y el sustento de las decisiones. Y decimos que el término es impertinente porque la atención al resultado y a la calidad, aspectos esenciales de la arquitectura, se ha puesto de lado.

En deporte no nos imaginamos a un entrenador que reivindique su proceso de trabajo por encima de los resultados que su equipo obtiene. En la arquitectura, se ha abierto el espacio a aquellos arquitectos y docentes que han hecho del proceso algo más relevante que el resultado.

En tiempos más recientes, ante los evidentes fracasos del acercamiento metodológico, ha aparecido otra fórmula para las aspiraciones de una nueva universalidad: la investigación.

Aún recuerdo con absoluta precisión las palabras pronunciadas por Josep Muntañola en el auditorio de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela, en la ocasión de unas jornadas dedicadas al tema de la investigación. Estas, más o menos, fueron sus palabras: hace el que sabe. Para hacer hay que saber.

En medio de la exposición y en la espontaneidad del discurso afirmó que Le Corbusier era un arquitecto inconsciente porque no sabía porque hacía lo que hacía.

Con esto vemos como a veces las propuestas más ambiciosas –las de un planteamiento universal para toda la arquitectura- parten de una ruptura violenta a la realidad, ignorando lo que está allí a simple vista.

Supongamos por un momento que en efecto Le Corbusier fuese inconsciente de lo que hacía. Queda todavía un asunto nada fácil de desdeñar: la obra de Le Corbusier sí es trascendental, universal.

Y de ella debemos aprender.

La ciencia sirve para lo que sirve. Pero no sirve para hacer arquitectura.


 Josep Muntañola. Esquema del libro La arquitectura como lugar



 Le Corbusier. Capilla de Ronchamp (1950-55) (foto Luis Polito)

Bibliografía

GARCIA BACCA, Juan David (1981). Elementos de filosofía. Caracas, Ediciones de la Biblioteca de la Universidad Central de Venezuela.
MEYER, Hannes (1972). El arquitecto en la lucha de clases y otros escritos. Barcelona, Gili.
MUNTAÑOLA, Josep (1998). La arquitectura como lugar. Barcelona, Ediciones UPC. 
NEUMEYER, Fritz (2000). Mies Van Der Rohe. La palabra sin artificio. Madrid, El Croquis Editorial.

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