Con este texto, cierro la publicación -por partes- de las conclusiones de mi tesis doctoral Ciencia, arte y arquitectura en tiempos modernos (UCV-FAU, 2013).
El inicio de la investigación se abre con esta cuestión ¿la arquitectura es ciencia o arte?
El desarrollo de la investigación me permitió reconocer que este asunto más que ser respondido con alguna consigna merecía ser considerado histórica y teóricamente. Es una pregunta clave del quehacer. Es un problema antiguo y es un problema contemporáneo.
Aquí está el texto.
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Los conflictos entre arte y ciencia de la arquitectura se han intentado resolver, con entusiasmo, con novedades, con nuevas disciplinas, métodos adecuados a los tiempos, discursos vanguardistas o críticos. Esta abundancia ruidosa ha tenido un hilo de cohesión. Siempre ha rechazado toda tradición.
Hagamos un repaso final.
Hemos constatado que nuestra pregunta inicial no ha sido contestada de igual manera a lo largo de la historia. Con seguridad, para alguien como Alberti, la arquitectura es una ciencia. Claro, una ciencia del Renacimiento, no una del siglo XX o XXI.
Villanueva le endosa al arquitecto tres cualidades: intelectual, técnico y artista. Mario Bunge nos dice que la ciencia es actividad de múltiples caras. Y, en las breves definiciones, nos encontramos que la arquitectura es el arte de… la ciencia de… o la ciencia y el arte de… Geoffrey Scott insiste con razón acerca de las últimas decisiones artísticas que toma un arquitecto. John Desmond Bernal, para nuestra sorpresa inicial, nos explica que la arquitectura es una disciplina en donde se han manifestado avances científicos y técnicos a lo largo de la historia.
A los efectos del resultado de esta investigación, concluir que es solamente una o la otra constituiría un error de interpretación.
Al inicio del trabajo citamos a Vitruvio. Nos dice que la arquitectura es ciencia y arte, y asimismo teoría y práctica. Probablemente sea este cuarteto en juego el que nos permita aclarar algunas cosas importantes.
A estas alturas, ya debemos estar preparados para alternativas que reúnan y no separen, para intentar escaparnos de los mapas y sus límites.
Así, enunciamos el desenlace de este trabajo. La arquitectura está conformada por dos disciplinas: la teoría y la práctica. Estos son los objetivos de estas dos disciplinas: el conocimiento de la arquitectura y el ejercicio de la arquitectura. Los objetivos coindicen en una mitad –la arquitectura- y divergen en otra –conocimiento y ejercicio-. Aldo Rossi expone esta idea claramente. Hay unas obras de Palladio en el Veneto. Corresponden en un momento a su obra y a sus intenciones. Luego, se vuelven fenómeno colectivo y, por lo tanto, objeto de estudio de la ciencia de la arquitectura.
En el ensayo de Carlos Ríos Garza subyace también la dualidad de una ciencia y un arte de la arquitectura. El tratamiento que le da a la ruptura ingeniería-arquitectura es de tipo institucional. Es allí, y solo allí, en donde Ríos Garza ve el problema. Sin embargo, este trabajo ha demostrado que esta ruptura o cisma se produce tanto en el campo institucional como en la práctica de la arquitectura. Ejemplo de lo primero es Hannes Meyer. Probablemente Buckminster Fuller sea un ejemplo de lo segundo: unos proyectos adelantados en lo técnico pero ignorantes de los valores y tradiciones asociadas a la forma.
Los objetivos de la teoría hacen que esta disciplina se acerque por afinidad a las ciencias. Los objetivos de la práctica la acercan al mundo del arte. Esta es la diferencia esencial que identifica Aristóteles. Hoy, las hemos olvidado y buscamos novedades. En nuevos conceptos, en nuevas disciplinas, en nuevas adscripciones. Sin embargo, en la antigüedad el problema ya estaba resuelto.
Repasemos algunas tensiones modernas. Regresemos a Oscar Wilde. Él se orienta al gusto, o más específicamente, al arte en cuanto obra. Propugna una relación vitalista con el arte. Para Wilde, una disciplina como la arqueología es la camisa de fuerza de una ciencia que nos obliga a estudiar el arte de escasa calidad. Wilde descalifica al profesor.
Como justamente señala Fausto Ongay, el problema se presenta porque las intenciones artísticas son diferentes a aquellas del conocimiento. Cada actividad separada ha intentado abarcar la totalidad de la realidad. Ambas indagaciones son válidas, pero debemos reconocer que persiguen objetivos distintos. No se debe “tratar de probar cosas de la una con argumentos de la otra” (Ongay). Si reconocemos que existen dos actividades –ciencia y arte– y que cada una tiene su campo de acción, métodos particulares y objetivos solo parcialmente comunes, nos podemos ahorrar un importante cúmulo de conflictos que se arrastran desde hace tiempo.
Si nos enfrascamos, hoy día, en una disputa acerca de la teoría y la práctica de la arquitectura es probable que no podamos siquiera formular alguna conclusión válida. En cambio, puede ser conveniente abandonar las argumentaciones teóricas e ir al origen histórico de la ciencia y el arte. Allí, la distinción es clara. Claro, a lo largo de la historia ciencia, arte y arquitectura se transforman. Se generan ciertas estructuras de conocimiento que son productos de la historia.
En las primeras definiciones de arte que citamos, vimos que esta noción aparece para distinguir la actividad práctica –el hacer- de la búsqueda de conocimiento que, por convención, se llamó ciencia.
La arquitectura con-tiene arte, en la medida que implica el trabajo de un proyectista que firma la obra, un autor. Las artes tienen autores. Igualmente, la arquitectura tiene autores. La arquitectura con-tiene diversas ciencias, en todas las ingenierías y tecnologías aplicadas, en los estudios económicos, sociológicos y ambientales que puede incluir, involucrándolas en el proyecto.
Sin embargo, lo que la arquitectura puede con-tener no determina lo que la arquitectura sea.
Como antes destacamos, una conclusión de esta investigación aflora remontándonos a Aristóteles, aquel que distingue saber de hacer. Otra nos la ofrece Kant, cuando habla de dos oficios: el mago y el equilibrista. Para el primero el conocimiento es todo, y teniendo conocimiento tiene dominio de su trabajo. Éste es el mundo de la ciencia. Para el segundo, el conocimiento no le ofrece garantía en su labor. Solo le queda aventurarse. Y cada experiencia en la cuerda es una experiencia única. El conocimiento seguramente contribuye, pero no da garantías.
Terminemos con una reflexión final.
La arquitectura es una tradición sobre el construir que se fundamenta en su propia recreación y actualización. Se materializa mediante técnica y tecnología y bajo el inevitable influjo de la cultura. La arquitectura es así, una segunda naturaleza, una naturaleza artificial –del hombre- a diferenciarse de la natural.
Si hablamos de arquitectura moderna, esta recrea esa tradición dialogando con tecnología y cultura modernas.
Éste es el reto: la construcción de esa segunda naturaleza a hacer por el hombre libre, pensante y crítico como sugiere Octavio Paz, para recrear una tradición que nos pertenece.
Esa tradición es doble: es teórica y práctica. Es arte y es ciencia.
A partir de esta conclusión final, se abre el panorama para ulteriores investigaciones que profundicen en esta doble faceta de la arquitectura. Ya vimos que en lo que se refiere a la estructura, la arquitectura no solo la atiende obligatoriamente sino que la interpreta y comenta (Zevi, Scott, Leland Roth). También hemos identificado que las barreras entre disciplinas y métodos pueden superarse (Ken Wilber) y que la propia arquitectura es prueba de ello. También vimos que el arte puede referirse a modelos y que la ciencia los inventa (Paul Feyerabend). Sobre este panorama, se pueden ampliar las perspectivas y se pueden desarrollar nuevas -o viejas- visiones.
Rompiendo con la tradición, muchas aproximaciones modernas en arquitectura han intentado afanosamente aproximaciones al mundo especializado y parcializado de la ciencia. A pesar de ampulosos discursos el camino cientificista conduce a una calle ciega.
Toca entonces abrir la puerta que muchos modernos cerraron: el diálogo con la tradición. Aquella que apunta al fluir, sin necesidad del enunciado de verdades absolutas.
Referencias consultadas
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-Bernal, John. 1961. “Arquitectura y ciencia”, en: Punto 4, UCV-FAU, noviembre 1961.
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-Bunge, Mario. 2003. Cápsulas. Barcelona, Gedisa Editorial.
-Bunge, Mario. 2006. Epistemología. México DF, Siglo Veintiuno Editores.
-Bunge, Mario. 2012. “Una disciplina poliédrica” Recuperado el 04-XII-2012.
http://www.lanacion.com.ar/107696-una-disciplina-poliedri
-Ongay, Fausto. 2000. Máthema: el arte del conocimiento. México DF, Fondo de Cultura Económica.
- Paz, Octavio. 1983. El arco y la lira. México DF, Fondo de Cultura Económica.
-Rossi, Aldo. 1982. La arquitectura de la ciudad. Barcelona, Gustavo Gili.
-Ríos Garza, Carlos (2000) “Entre el arte y la ciencia, vaivenes de la arquitectura” Recuperado el 16-V-2009. www.fain.uncoma.edu.ar/prof_tec/consthab/entreArteYCiencia
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Wilber, Ken. 1998. La conciencia sin fronteras. Barcelona, Editorial Kairós S. A.
-Wilber, Ken. 2007. Una teoría de todo. Barcelona, Editorial Kairos sa.
-Wilde, Oscar. 1969. Oscar Wilde Obras inmortales. Madrid, EDAF.
-Wilde, Oscar. 2010. De profundis. Madrid, Siruela.
-Wilde, Oscar. 2011. “Oscar Wilde Ensayos y artículos”. Recuperado el 18-IV-2011. http: www.librodot.com
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