Cuando comento que mi tesis doctoral trata de precisar si la arquitectura es ciencia o arte me suelen preguntar inmediatamente: ¿Qué descubriste? ¿Es arte o es ciencia? Yo suelo quedar sin palabras y siento como si me preguntasen: ¿Es blanca o es negra? Como el lector supone, la respuesta es más compleja. Y entonces propongo que la pregunta se reoriente: ¿Qué clase de ciencia es la arquitectura o qué clase de arte es?
En dos de los autores tratados en mi tesis –Mario Bunge y Robin George Collingwood- encuentro que hay dos formas distintas para determinar lo específico del ser ciencia. La orientación de cada uno de estos filósofos ya permite vislumbrar sus respuestas. Bunge se ocupa fundamentalmente de las ciencias naturales y de las ciencias formales. Poco o nada trata de las ciencias humanas. Se puede decir incluso que las categorías de lo humano y de lo subjetivo las trata con distancia. Collingwood es distinto pues se interesó tanto el problema del arte así como en la historia; dos actividades plenas de humanidad y subjetividad.
En la primera idea de ciencia –la de Bunge- este nos dice que la filosofía científica intenta extender y unificar el método científico. Se admiten las particularidades de cada ciencia, siempre y cuando se cumpla con las exigencias esenciales del método científico.
En este contexto, se puede definir ciencia como conocimiento que alcanza la formulación de leyes que anticipan fenómenos. Aquí, la experiencia práctica es aquella del experimento o de la aplicación tecnológica. Ambos fenómenos deben corresponder a las leyes que los regulan. Ciencia es dominio de lo teórico. De leyes y verdades o de conocimientos verificables que anticipan los fenómenos estudiados.
Comparemos esta idea de ciencia con la arquitectura.
La práctica por excelencia de la arquitectura –el proyecto– no obedece a unas leyes que lo anticipan. Por más que algunos se hayan propuesto tal plan a la luz del influjo de la ciencia como la entiende Bunge.
En este sentido, la arquitectura no es una ciencia. Al modo de Bunge, es decir no es ciencia similar a la física o a las matemáticas.
Una segunda forma de caracterizar a una ciencia es la que nos propone Collingwood. Aquí, ciencia es un tipo de investigación o inquisición. Trabaja formulando preguntas en un campo específico. Esa indagación es fruto de dos atributos humanos: la libertad y el pensamiento. Éstos no están separados, forman una unidad. La primera debe pensarse; no es arbitrariedad, sino responsabilidad. En su idea de ciencia –que duda cabe- Collingwood está pensando en la historia.
El hombre se pone tareas –libremente- y emplea un recurso propio fundamental –el pensamiento–. Esta apreciación le permite a Collingwood criticar aquellas historias de “tijeras y engrudo” y diferenciar memoria de recreación. Memoria es el dato simple, la acumulación de fechas y eventos. La recreación es un pensar que reconstruye el pensamiento de los actores históricos; por lo tanto revisa, critica y modifica. Esta es la misión de la ciencia histórica, diferente a la pura memoria. Historia es recreación de pensamientos, no acumulación de datos.
Collingwood llega a la formulación de la historia como ciencia autónoma: es una particular forma de pensar que recrea el pasado. No es pura memoria de un pasado dado. La historia trabaja con unos materiales pero los crea y recrea mediante la libertad del pensamiento. Este es su sentido científico. La historia no es memoria ni cronología. Es creación.
En este segundo sentido, la arquitectura también es ciencia: es una forma de pensar y proyectar que recrea activamente la construcción. Es más que memoria de un saber acumulado sobre la construcción. Aunque emplea a la ciencia en el sentido de actividad racional, ésta sola no basta.
En la noción de ciencia al modo de Bunge existen dos pilares ineludibles: la fragmentación y subdivisión de los problemas y la necesidad de encontrar leyes teóricas que anticipen la realidad. Aquí, mundo y realidad son verificación. La noción de ciencia (aplicable a la historia) al modo de Collingwood es opuesta a la anterior: no fragmenta el objeto de estudio. Más bien lo integra y reconstruye. Aquí, el resultado del trabajo de indagación no llega a la meta de las leyes, sino a la meta del discurso histórico libre; que no por eso es irracional o casual. Pero obedece al pensamiento libre pero entrenado del historiador. Aquí, la realidad es una construcción del pensamiento.
Y así llegamos a la arquitectura.
¿En qué modelo encaja?
¿En el de Bunge, en aquel del análisis fragmentario y de la propuesta de leyes que gobiernan la realidad?
¿O, por el contrario, en el modelo de Collingwood, en aquel en donde la libertad de pensamiento y la creación es fundamental?
En arquitectura existe un marco inicial en el que invariablemente encontrarnos condiciones científicas al modo de Bunge: los edificios deben mantenerse en pie, los espacios no pueden ser más pequeños que nosotros, y luz y aire naturales se comportan de acuerdo a condiciones físicas precisas. Sin embargo, ese es sólo el punto de partida. Más allá, la arquitectura coincide con la historia en su actuar creativamente a través del pensamiento del arquitecto. En historia ese pensamiento no es solo memoria, es recreación. En arquitectura, ese pensar no es solo concebir una construcción, sino una obra de arquitectura, libremente pensada; pero vinculada a la tradición.
Es interesante volver a los autores, porque a través de su pensamiento nos adentramos en el tema de los valores.
Si bien aprecio que Bunge, como filósofo de la ciencia, guarda cierta prudencia y vigilancia epistemológica, no cabe duda que su propuesta excluye toda noción de libertad. Es de aquellos que piensan que si una actividad intelectual no está ni normada ni regulada no es ciencia y no es tampoco fiable.
La anterior es la idea triunfante ante la que arte, poesía y toda actividad del espíritu quedan mal paradas. La tarea que se propone Collingwood, haciendo filosofía de la historia, es aquella de deslindar y separar a la historia de los influjos de las ciencias naturales y del positivismo. Al final, nos propone una forma de historia que es ciencia autónoma, que tiene su propio rango, y que no necesita calzar en los modelos de otras ciencias.
Lo anterior se puede trasladar a la arquitectura. Tiene su propio rango. Si es ciencia es una en donde la práctica es fundamental y no solo eso, es libre. Y siendo libre no es ni caótica ni irracional. Obedece a unas razones que le son propias, seguramente distintas a aquellas que encontramos en las ciencias naturales.
Robin George Collingwood (1889-1943)
Referencias consultadas
-Bunge, Mario. 1996. La ciencia, su método y su filosofía. Bogotá, Global Ediciones-Panamericana Editorial.
-Collingwood, R. G. 1984. Idea de la historia. México DF, Fondo de Cultura Económica.
Este texto es un extracto levemente modificado de mi tesis doctoral: “Ciencia, arte y arquitectura en tiempos modernos”. Caracas, UCV-FAU, 2013.
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