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CUARTA PROPUESTA UNIVERSAL: ARQUITECTU­RA COMO ARTE (01-VI-1994. Revisado el 04-VI-2016)

Tradicionalmente se entiende a la arquitectura como una de las bellas artes, junto con la pintura y la escultura. Artes que se entienden -por supuesto- creaciones de un autor y dependientes de su gesto y personalidad.

Para ahondar en este otro intento de universalidad -de generalización- nos parece oportuno recordar sus orígenes. Orígenes que hay que buscar en el Renacimiento.

Aquel que probablemente sea el primer historiador de la arquitectura -Gior­gio Vasari- organiza su emblemática historia como una secuencia de biografías sobre destacadas figuras de su tiempo.

A partir del Renacimiento la arquitectura se identificará con un autor de proyecto. La arquitectura pasa a ser cosa mentale. Aparece así el artista individual.

Luego, el contexto del Romanticismo dará un nuevo impulso al rol del artista individual. Ser romántico será ser uno y único, diferenciado del resto del mundo.

El carácter artesanal del trabajo del arquitecto -taller y dibujo- establece paralelos y asociaciones entre los trabajos del arquitecto, el pintor o el escultor. Es frecuente ver en las publicaciones de arquitectura los croquis y dibujos que luego se ven materializados en las obras; intentando parecerse estas últimas al gesto único e inicial del dibujo del arqui­tecto.

Esta asociación visual suele dejar de lado las condicionantes del cliente, de las técnicas utilizadas así como la participación de diversos ingenieros y especialistas. Es imposible imaginar un cua­dro de Picasso no realizado por él mismo. Pero en el caso de la arquitectura, el arqui­tecto no realiza materialmente la obra.

En los años más recientes, la cultura ha tenido a un exitoso defensor de la idea de la arquitectura como arte: Frank Ghery. Según sus propias palabras, al comienzo de su carrera era rechazado por sus colegas y bienvenido en los círculos artísticos. Por otra parte, en sus reflexiones escasean las referencias a problemas sociales o urbanos. Su principal preocupación es la transformación de sus croquis y papeles arrugados en edificaciones.
Entender la arquitectura como puro trabajo manual y centrado en el arquitecto, parece adecuarse a un tratamiento enciclopédico en donde se comparen super­ficialmente artes, músicas, culturas y arquitecturas; unidas por un hilo invisible. Sirve también esta tesis para acentuar el narcisismo y hermetismo cultural en que a veces se refugian algunos arquitectos.

La condición de arte individual, universalmente constan­te es una idea y condición que parece no adecuarse a la arquitectura y al arquitecto. Y sobre todo no se adecua a las potencialidades y duros problemas a los que se enfrenta el arquitecto de la modernidad. Aquí, en este ineludible ámbito, el arquitecto no solo debe diseñar edificios bellos, sino edificaciones eficientes; con las personas, con el ambiente, con el contexto, con la energía.

Como conclusión de los cuatro textos publicados hasta ahora (clasicismo, modernidad, ciencia y arte); podemos decir que todos los intentos de universali­dad con sus diversos grados de aceptación o crítica han demos­trado tarde o temprano su carácter finito, su parciali­dad, y por lo tanto su imposibilidad de universali­dad.

Queda por analizar un último camino, seguramente más modesto. Y queda también por repasar que sucede con la cultura arquitectónica que parece moverse en movimientos cíclicos o en tensiones de opuestos, en un permanente descubrir y redescubrir.


FRANK GHERY. CROQUIS DEL DISNEY CONCERT HALL (1992-2003)








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