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Profesión a futuro

 Últimamente pienso mucho no solo sobre los contenidos de la docencia en arquitectura, sino también en otros temas complementarios. Por varios motivos. Vivo momentos importantes como el de mi retiro como profesor activo. Y mis pensamientos me llevan a repasar experiencias lejanas.

Una de ellas es la escogencia de la carrera universitaria. Decisión llena de inseguridades, de retos y presiones.

Repasaré un poco de ese pasado y relataré como lo veo hoy ya transformado en memoria y reflexión desde el presente.   

1 ¿Qué estudiar?

La escogencia de carrera universitaria se hace a una edad temprana, signada por la inmadurez y el desconocimiento. Percibimos entonces este asunto como decisivo: se trata de nuestro futuro. El asunto es trascendental. 

El joven acude a diversas experiencias que aparentan brindarle orientación para su futuro. Todo esto se da en un marco de modelos. De educación, de prestigio, de valores y hábitos.

Identifico al menos tres formas de modelos, que para los jóvenes se vuelven patrones de modelado del comportamiento.

El primero tiene gran fuerza. Al final de la educación media nos separamos en grupos: ciencias y humanidades. Ciencias tiene sus materias duras: matemáticas en primer lugar y luego; física y química. Humanidades tiene también materias que no calificaré de duras sino de identitarias: latín, psicología y filosofía. Pero, y ojo con esto, también la estructura educativa tiene su componente de poder (Michel Foucault) que construye relatos a tal propósito. Así, Las matemáticas son difíciles y son para gente inteligente. El que no entiende matemáticas es un poco lento o atrasado. Y los profesores, humanos al fin y al cabo, se apropian de estos modelos y falsas verdades. El profesor de matemáticas es un macho alfa, el profesor de historia sólo puede ser un profesor pana. El alumno alfa estudiará medicina o ingeniería (en mis tiempos), el alumno menos aventajado estudiará geografía.  

El éxito, el dinero y los oficios más importantes están en el mundo de las ciencias. A humanidades le corresponde el fracaso, la pobreza y los estudios y oficios más inútiles (Nuccio Ordine).

El segundo modelo que incide en nuestras escogencias futuras deriva del primero. Me refiero aquí al conjunto completo de las materias. Si bien no todas ellas representan el universo universitario y menos el laboral, se conforman en nuestra mente joven como imágenes muy simplificadas del amplio universo del conocimiento. El conjunto de estas materias obedece a una estructura del conocimiento tradicional; una en la que se reconoce a la física y a la química, pero no al de diseño gráfico, el ballet o la música.  

El tercer componente de modelo y modelado obedece al predominio del estudio teórico. Tenemos una materia que se llama castellano y literatura. Aunque nos mandan a leer una obra que otra, lo que predomina aquí es el estudio de la lengua y la gramática (Rafael Cadenas). Recuerdo uno de los temas claves de esta materia en tercer año: la diferencia entre cuento y novela. Lo que uno debe aprender son diferencias teóricas. Poco o nunca se apela a la experiencia de la lectura. La otra arista de aprendizaje que se descarta completamente es la valoración y la reflexión. Digamos, en definitiva, que el tercer modelo lo que impulsa es una educación orientada al caletre. Estudio y sacrificio, nunca disfrute. Cosificación del conocimiento y cosificación del estudiante. A esto se le llama objetividad. Se lo considera un valor positivo porque iguala. Y se considera valioso, aunque choque de lleno con la naturaleza de muchas materias de estudio y con nosotros mismos. Una antigua y prestigiosa tradición pone en primer lugar la definición precisa de cualquier fenómeno. La compleja y rica realidad se estrecha (Paul Feyerabend). Toda actividad práctica, sea deporte o arte, queda excluida del sistema educativo formal. Los que se inclinan hacia tales actividades lo deben hacer fuera del ámbito de la escuela.

 Ahora bien; también hay otras formas de escoger la profesión. Aunque en la segunda década de nuestra existencia predomina la rebeldía hacia nuestros padres, lo que ellos hacen inevitablemente nos modela. Los oficios de nuestros padres se vuelven importantes referencias. Modelos de oficio y de sexo. La hija puede identificarse con el mundo de su madre. Y el varón mira hacia el padre. Aunque esto no signifique que la hija del arquitecto escoja esa profesión y no la que su madre practica. 

En esta segunda referencia vocacional reconozco un hilo distinto al que ofrece la experiencia de materias y cursos. El joven que ve a su padre arquitecto o a su madre profesora adquiere un conocimiento más cercano de formas de conducta y de ejercicio de profesiones y oficios. Reconoce términos y jergas particulares. Es muy probable que se forme también una idea de instituciones: el ministerio, la alcaldía, el colegio tal, la universidad cual, o esa empresa.  

Todo lo anterior forma un marco de referencia. Siempre presente pero no necesariamente restrictivo. Muchos repiten los oficios de sus progenitores, pero no todos. A veces nos alejamos, poco o mucho.

Para concluir con esto, me parece importante recalcar que la experiencia del alumno que considera que química y biología son materias que lo introducen en la medicina tiene una experiencia muy distinta a la de aquel que tiene un padre médico, al cual escucha hablar de su oficio. Es probable que conozca su consultorio o la clínica en la que su padre ejerce. La primera experiencia es distante y creo bastante inexacta, mientras que la segunda se fundamenta en datos tangibles. Este último modelo constituía en el pasado el único modo posible de abordar un oficio. En la Edad Media, el zapatero era hijo de zapatero y el alfarero hijo de alfarero.   

Como vemos, escoger la futura profesión no es nada fácil. No solo se trata de lidiar con nuestros intereses y nuestras capacidades. Nos enfrentamos a un sistema cargado de valores y también de prejuicios.   

2 Escoger para toda la vida

Apostar a un oficio y a su estudio es cosa difícil y trascendental. Pensamos que es para toda la vida. Y pensamos que ese oficio nos definirá como seres. Decimos: seré arquitecto, seré médico. Hoy, mi experiencia y mis propias reflexiones me dicen que uno en realidad lo que hace es practicar una profesión. Me parece un tanto pretencioso que uno se asocie sin más a un oficio. Y cabe comentar la ingenuidad de creer que adquirir un título universitario después de unos pocos años nos transforma en doctores o ingenieros.

También puede suceder con cierta frecuencia que uno puede ejercer dos oficios. Y me parece forzado pensar que entonces uno es un ser doble.

Sin embargo, sobre esto, hay que convenir en algo. No todos somos iguales y no todos encajamos en los mismos patrones. Ya antes vimos que la homogeneidad y la objetividad son valores que desdibujan y traicionan la realidad. Nos cuesta vivir en medio de lo complejo.

Hay algunas personas –y pienso en seres de excepción- que desde muy temprano revelan una vocación y destino. Mozart, desde pequeño tocaba con destreza y muy pronto también realizó composiciones. Otro caso es el de Leo Messi. Creo que no es casualidad que haya pensado en un músico y en un futbolista. Hay oficios y vocaciones que demandan una entrega total y un entrenamiento muy específico. Pianistas y guitarristas académicos, futbolistas y nadadores deben practicar muchas horas diariamente.

En estos casos de excepción, las personas parecen llegar a ser lo que practican. Mozart es músico y Messi es futbolista.

Como en mi caso estoy en una frontera opuesta este asunto me llama la atención. Mi oficio es doble: soy arquitecto y soy docente. He tenido períodos de mucha dedicación a lo primero y otros a lo segundo. Pero al día de hoy, con más de cuatro décadas de haber obtenido un título universitario no siento que sea arquitecto.    

También la especialización juega aquí un papel fundamental. Me explico.

El pianista y el futbolista deben desarrollar unas destrezas prácticas. Y eso significa, como ya se dijo, horas hombre. El filósofo, el historiador y también el arquitecto se ven impulsados a abrir su horizonte intelectual. Si bien practican una especialidad, se ven obligados a ampliar su base cultural. Y esto conduce a una cierta visión holística que tiende a la dispersión; implicando momentos de silencio y de reflexión. Hay oficios de actividad concentrada y enfocada y hay oficios de actividad expansiva. Y, por supuesto, estas escogencias no son solo relativas al mundo exterior. Son visiones de mente y de espíritu.

Visiones que en algunos se manifiestan muy temprano; en aquel niño que pasa horas y horas jugando con la pelota de trapo o en aquel otro que se dedica a tocar flauta mientras otros de su edad prefieren jugar al aire libre o, en tiempo presente, con el teléfono celular.

Para aquellos que pasamos nuestra niñez y adolescencia sin una pasión en particular, sino con tantas pasiones que llegamos a ser indecisos, llega un momento crucial a la hora de escoger la carrera universitaria. Llega ese momento en el que fatalmente creemos que debemos escoger que ser.

Somos muy jóvenes todavía, sabemos muy poco y nos vemos obligados a casarnos a ciegas. El asunto es trascendente. El matrimonio a ciegas, quiero pensar ya fuera de uso, nos compromete en cuanto a nuestra vida conyugal; pero nos deja un margen de maniobra en nuestra identidad e intimidad. Pensemos por el contrario en el enorme compromiso que significa escoger a ciegas lo que llegaremos a ser: ingenieros, médicos, abogados.

Visto en perspectiva este enorme peso, me lleva ahora a comprender porque me pasé más de la mitad de mis estudios de arquitectura dudando si ese era mi destino o si era conveniente cambiar de aire.

Igual que con el matrimonio, a ciegas o no, algunos viven felices para toda la vida con una carrera o con una misma pareja. Otros en cambio nos divorciamos. Y también sucede que en un mismo oficio aparecen en el ejercicio profesional variantes. Una que conozco desde adentro es la del docente, porque esa ha sido mi experiencia. Pero no todos los arquitectos tienen porque ser profesores. Los que lo somos vemos muchas ventajas en ello, pero seguramente los que no tienen tal inquietud practican a sus anchas con sus propias vocaciones. En el mundo de los arquitectos se abren caminos diversos. El que ya dijimos, ser o no docentes. Siendo docentes nos dividimos en aquellos dedicados al proyecto y otros a los contenidos teóricos. Hay arquitectos que profundizan en gerencia, otros en técnica y construcción. Otros más en dibujo o fotografía. Y hay otros que se dedican a comprar y a vender.

Así, la vida nos enseña que hay muchos caminos.

Pero nadie nos dice esto. De jóvenes sentimos que nuestro futuro se juega en lotería. Para darnos ánimo apelamos a ciertos recursos argumentativos. Veamos más.

3 El mito de la vocación 

Hay niños genios. Nombramos dos: Mozart y Messi. Pero seamos sinceros, son excepción y no regla. Desarrollan desde muy temprano una vocación que luego los acompaña toda la vida.

A los arquitectos y médicos ya con canas les preguntan cómo escogieron la profesión. Probablemente son hoy exitosos. El primero responde que de chiquito le gustaba dibujar casas y hacer castillos de arena. El segundo dice que siendo niño tomo unas trenzas de zapato y jugaba con ellas imaginando que eran un estetoscopio. Así, estos profesionales hechos comienzan a hablar de sus inclinaciones y juegos infantiles.

Yo, de niño, lo que quería llegar a ser era bombero o taxista.  

Hago ironía y la hago porque me llama tanto la atención como algunos profesionales atribuyen su destino laboral a lo que imaginaron cuando eran niños.

Socialmente se acepta que esta es la forma habitual y natural para escoger una profesión: la vocación infantil.

De nada vale reconocer que tales juegos infantiles se transforman y que, muchas veces no sabemos si queremos ser músicos o programadores; y más tarde, coleccionistas. En muchos casos, estas llamadas vocaciones iniciales simplemente se evaporan para siempre.

Este es el mito: la futura profesión proviene de una fantasía infantil. Es una fábula en donde pensamos que el mundo se adapta a nuestros sueños.

Me imagino a más de una persona diciendo que esa ha sido su experiencia. De niños dibujaban casas y hoy en día proyectan casas y aeropuertos. Yo los felicito sinceramente. Han vivido una fábula. 

En el mito vocacional el mundo se adapta a los sueños.

Hay otro modelo. Ha sido el mío y de muchos otros.

He aquí una idea que uno puede leer en internet, atribuida al destacado arquitecto navarro Rafael Moneo. Dice: Doy gracias a la arquitectura porque me ha permitido ver el mundo con sus ojos.

Lo que dice Moneo implica una mirada inversa al mito vocacional. Reconoce que una determinada actividad le ha enseñado una forma de ver la vida. No es el mundo adaptándose a la persona. Es la persona aprendiendo de la gran riqueza del universo.

Formas de hacer, profesiones, ritos y costumbres de las más variadas profesiones se transforman en oportunidades y lecciones que nos forman y nos cambian como personas.

Esta ha sido mi experiencia con la arquitectura. Lo ha sido también con la docencia. Y lo ha sido también con la filosofía, la literatura, el cine y la fotografía. Y, como se puede adivinar, esto lo considero una interesante experiencia de vida.

Yo no soy naturalmente creativo. Soy analítico y racional. Pero, la arquitectura por sus propias exigencias me ha enseñado que lo creativo es esencial. Gracias por eso.

También con el tiempo me he dado cuenta que tanto arquitectura como docencia son oficios en donde uno imagina gobernar el mundo. El de los edificios y las ciudades o el de las jóvenes mentes. Es una idea poderosa. Probablemente la soñé de niño. 

Mi salón. Liceo Virgilio-Agustín Codazzi. Graduados de bachilleres en 1972. Todo el grupo en Ciencias.

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