Mi descubrimiento del historiador del
arte Ernst Gombrich (1909-2001) fue paulatino. En algún momento adquirí su Historia
del arte y el libro quedó allí quieto por un buen tiempo. Un buen día tomé
la decisión de leerlo completo, creo recordar después de una breve consulta
sobre Claude Lorraine. Esta historia me llamó mucho la atención. Su lectura me
resultó muy amena y sentí permanentemente que descubría cosas que ignoraba. A
partir de ese momento he releído el libro varias veces.
En los inicios de cada capítulo, casi
siempre abre con la arquitectura. Gombrich se interesa fundamentalmente en la
pintura. Es el tema central de su historia. Pero en esos inicios de capítulos y
de períodos siempre comienza con la arquitectura, en breves pero muy precisas
introducciones.
Tiempo después me regalé otra edición
de la historia, ampliada y con mejores ilustraciones. Esta historia del arte ha
alcanzado la cifra de un millón de libros vendidos y ediciones en dieciocho
idiomas. Un verdadero record para un libro dedicado a este tema poco popular.
Digamos entonces que mi entusiasmo por
Gombrich y su historia es compartido. He leído y releído atentamente la
introducción. En ella revela su concepción del arte: profunda, amena, crítica y
libre de todo esnobismo.
Otro texto de Ernst Gombrich es Breve historia del mundo de 1935. Es un
libro fascinante en su contenido e igualmente en la forma en que fue escrito.
Siendo todavía joven -26 años- se encontraba afanado escribiendo su tesis
doctoral. A una niña amiga de la familia le impresionaba verlo permanentemente
ocupado, escribiendo e investigando. Y con la curiosidad infantil le preguntaba
a Gombrich que era lo que requería tanto esfuerzo y dedicación. A él le costaba e igualmente atraía explicar a esta niña porque la historia es un
problema complejo y cuáles eran los temas que tanto lo ocupaban.
Un buen día, un editor le solicitó a
Gombrich le echase un vistazo a unos borradores sobre una historia universal.
Quería que Gombrich se encargase de la traducción, para luego publicarlo. El
historiador leyó ese borrador y le dijo al editor que podía escribir algo
mejor. Ante la intrepidez del jovencito, el editor tuvo una intuición. Le dio
un día para que redactase un borrador de un capítulo para saber que podía
lograr.
Le gustó el resultado. Pero el tiempo
disponible era muy breve. Este fue el ritmo de trabajo que se impuso Gombrich para
la realización de esta breve historia de occidente: realizar un capítulo diario.
Este fue el plan: en la mañana indagación en la biblioteca de la casa, en la
tarde investigación en bibliotecas públicas y en la noche redacción. De lunes a
sábado, sólo descansaba el domingo. (Gombrich, 2007: 18-19).
En total el libro consta de 40
capítulos, escritos para niños y adolescentes en un lenguaje muy sencillo.
Entre tantas cosas, Gombrich nos explica los orígenes históricos de expresiones
que frecuentemente usamos, tales como victoria pírrica o iconoclasta.
El libro que voy a comentar –Breve historia de la cultura (2004)- es
la compilación de un conjunto de charlas de 1967.
También es un texto que leo y releo,
porque es muy rico y está lleno tanto de sabiduría como de sutiles matices.
Gombrich fue amigo de Karl Popper, el
filósofo que se interesó por la ciencia, pero también por la historia y por una
visión humanista que superase lo que él llamó la miseria del historicismo.
Miseria que no es otra que la perversa mezcla de determinismo e idealismo, esos
fetiches fijos que parecen dejarnos sin posibilidad de cambio y crítica alguna.
Digamos que en estos dos amigos –brillantes los dos en sus campos- priva le
idea de ahondar en las preguntas más que el intento por fijar verdades.
Si Popper intentó contribuir a una
redefinición de la ciencia, Gombrich se concentró en la cuestión de la historia
del arte. En el texto que comentaremos se dedica al tema de la cultura
humanística, uno de los pilares del arte occidental tradicional.
Sobre
las actitudes académicas en relación con el problema de la cultura
Este libro comienza con una crítica a
Hegel, una importante referencia en cuanto al tema de la historia cultural.
Para Hegel, historia y cultura son dos entidades superiores, unos “centros”
inamovibles ante los que cada evento, cada obra, cada estilo no les cabe otra
opción que encajar en ellos.
Por el contrario, Gombrich hace de la
historia y de la cultura una indagación problemática, cuestionándose
permanentemente las formas en cómo nos aproximamos a ellas.
Hegel es mira de sus críticas y lo son
también las aproximaciones desde las pretensiones de especialización de las
ciencias convencionales.
Comienza con un llamado de alerta en
relación a las nuevas formas de educación:
Nos hallaríamos en una coyuntura
fatídica en el momento en que dejemos que las técnicas que hemos aprendido, o
que quizás estamos enseñando, sean quienes dictaminen en las cuestiones que
pueden presentarse a solución en nuestras universidades.
(Gombrich, 2004: 61).
Más adelante:
Si
al historiador de la cultura no se le otorga ni voz ni voto en los mítines
académicos, se debe precisamente a que éste, reconocidamente, no es el
representante de ninguna técnica en especial, de ninguna disciplina.
(Gombrich, 2004: 61-62).
Para Gombrich la aproximación cultural
es específica e igualmente distinta a las aproximaciones técnicas o e
igualmente diversa a aquellas aproximaciones generalistas (Hegel). Dice al
respecto:
Lo
que a nosotros más nos atañe de cerca es, creo, lo individual y concreto, antes
que la inclinación al análisis de unas estructuras y esquemas que a duras penas
se pueden desembarazar de la tendencia holística hegeliana. Por razones
análogas, no quiero que se ponga a nuestra profesión la etiqueta, de mal sabor
incluso, de “asignatura interdisciplinaria”. (Gombrich, 2004: 62).
Es importante aclarar aquí
cual es esa profesión que Gombrich practica y que intenta deslastrar del
esquema hegeliano. Se refiere es al historiador de la cultura; una profesión en
su tiempo y todavía en la actualidad incipiente.
Gombrich continúa haciendo
una distinción entre la aproximación al estudio científico y el de las
humanidades. La formación humanística apunta al conocimiento de la cultura.
Este conocimiento no es central en la educación académica formal y se asocia
más bien a la formación familiar y a los viajes. Dice Gombrich que la
universidad se desentiende de materias tales como la historia, la literatura,
el arte o la música. Aunque podamos pensar que en nuestras escuelas y
universidades si se estudia la historia, se puede reconocer perfectamente que
ni literatura, ni arte, ni arquitectura y música son asuntos claves de la
formación. En los estudios de arquitectura, en los que conozco más de cerca, la
formación se concentra en la práctica del diseño, en las materias de corte
técnico y en un área marginal conformada por las historias y la teoría. En los pensa de historia se pretende conocer la
arquitectura (muy poco o nada a aprecias), pero no existen materias ni temas
vinculados a la literatura o al arte. Aspiramos que nuestra facultad de
arquitectura se vincule con la sociología y con la ingeniería pero casi nada
con la literatura, la música o la filosofía. Gombrich afirma que entre la
misión de la universidad no se contempla el conocimiento de Shakespaere,
Dickens o Miguel Ángel (Gombrich, 2004: 63).
Estos temas, si aparecen,
son estudios que no se prestan ni a examen ni a investigación. Y esto le agrada
a Gombrich. Para él, en cuanto a estos temas culturales, lo fundamental es la valoración. Es un conocimiento que
“siempre nos produce satisfacción y enriquecimiento espiritual.” (Ídem).
Lo anterior conduce a una
crítica y distanciamiento a la investigación, toda vez que esta es afín a los
estudios científicos. Así:
La
pesadilla que gravita sobre las humanidades desaparecería (…) si tuviésemos en
cuenta que no necesitan convertirse en simple remedo de las ciencias para
seguir mereciendo todo nuestros respetos. Puede que haya una ciencia de la
cultura, pero esta pertenece en definitiva, a la antropología o a la
sociología. Lo que, ante todo, debe ser el historiador de la cultura es un humanista,
no un científico. Necesita, antes que nada, ser capaz de facilitar a sus
lectores o a sus alumnos un amplio acceso a las creaciones de otros cerebros.
La investigación, en lo que a él concierne, es algo tangencial. No quiero decir
con esto que no sea un factor necesario. Puede suceder, en efecto, que
abriguemos nuestras dudas en torno a las interpretaciones corrientes de
Shakespeare o acerca del modo como se ejecuta la música de Bach, por ejemplo;
es entonces cuando surge en nosotros el deseo de enfocar más certeramente todas
estas cuestiones. Aun así, en toda su tarea de investigación, el historiador de
la cultura ha de estar al servicio de la cultura en lugar de prestarla para la
nutrición de la industria académica. (Gombrich,
2004: 64).
El comentario es válido no
sólo para el historiador especializado. Es importante que él reconozca el
objetivo fundamental de su campo –el de la cultura- pero es importante que lo
reconozcamos todos. La advertencia de que para ciertos temas la valoración es
fundamental y de que estos nos permiten nuestro crecimiento espiritual es
fundamental. Esto es crucial y siendo así, es oportuno que toda aproximación
técnico-científica (necesaria como bien dice Gombrich) no se pretenda convertir
en última palabra. Esta es una deformación constante en la universidad.
La
educación integrada
Dice Gombrich:
…Lo
que podríamos llamar educación anticuada insistía más en la asimilación del
conocimiento que en su adquisición. No me parece accidental que esa tradición
provenga de la civilización clásica con su enorme insistencia en la retórica,
el dominio del lenguaje. La educación era integración y la persona más
integrada era la que había asimilado todos los veneros de metáforas con los
cuales tocar las cuerdas de los recuerdos compartidos. (Gombrich, 2004: 76).
Unamos términos e ideas:
educación integrada, tradición clásica, asimilación, tocar las cuerdas de los
recuerdos.
Y para lo anterior, se
requiere un filtro. Esa integración no deja pasar todo, y sobre todo no deja
pasarlo de la misma manera. Y aquí vale la pena recordar a Umberto Eco cuando
dice que la misión fundamental de la universidad es la de olvidar lo innecesario
para atesorar lo fundamental. La educación debe seleccionar. Y para esto debe
valorar. Grombrich afirma que los argumentos de la importancia y de la utilidad
se revelan así poco convincentes. Al respecto afirma:
…
Cualquier dato informativo puede ser importante para algo o para alguien; pero
si éste fuera el criterio en función del cual incluirlo en el programa de
estudios, el libro de texto más importante sería la guía telefónica. (Gombrich, 2004: 77).
Supongamos que sí fuese
posible memorizar esa guía telefónica o toda la información disponible hoy en
internet. Lo que se pregunta Gombrich es como asimilar estos datos. La meta
final de la información es que esta se convierta en lenguaje, “en una fuente de
metáforas compartidas por un cultura.” (Ídem).
Gombrich llama conocimientos
generales a esa tradición compartida que es fundamental para cada uno de
nosotros, pero también para la sociedad en su conjunto. Así:
Una
sociedad sin asimilación de los conocimientos generales, empezando por el
lenguaje y llegando hasta los veneros de metáforas, dejaría de ser una
sociedad. (Ídem).
Y cabe nos preguntemos si
esto exactamente es lo que sucede en la actualidad.
El conocimiento general es
conocimiento que ha trascendido a las historias y naciones particulares. Los
alemanes han hecho suyo a Shakespeare. Quisiera creer que los arquitectos
venezolanos hemos hecho suyos a Le Corbusier y a Wright. Pero no estoy seguro.
Esta formación la
aprendemos desde pequeños y nos conecta con valores universales. Así:
…El
Licurgo de Plutarco, el Pericles de Tucidides, el Catón de Cicerón desafiaron a
la imaginación de muchas generaciones a escoger entre diferentes imágenes de
autoridad paterna. Incluso hoy nuestro lenguaje vivo contiene todavía las
huellas de aquellas preocupaciones: leyes draconianas, resistencia estoica,
vida epicúrea, no son solo alusiones que podemos usar o soltar cuando lo
deseemos; son también señales que indican caminos en encrucijadas importantes.
Desde luego, es cierto que, cuando las sigamos, podemos descubrir, por ejemplo,
que Epicuro era bastante estoico y que muchos estoicos eran bastante epicúreos.
Pero ¿acaso no nos ponen sobre aviso esos descubrimientos para desconfiar del
saber de oídas? Que esos nombres se hayan convertido en metáforas, que representen
zonas enteras de experiencia, constituye un estímulo para aprender más sobre
ellos. Creo que casi todas las investigaciones de las humanidades deben su
impulso a esas fuerzas todavía vivas de nuestra cultura. (Gombrich, 2004: 80).
En el campo político, el reconocimiento de
estas referencias puede generar nuevas miradas y críticas. Es lo que en un
momento hizo Karl Popper con las ideas políticas de Platón. Hay padres
políticos, pero también artistas que son “encarnaciones duraderas de la
grandeza humana” (Gombrich, 2004: 81).
Lo que sigue es un llamado
a la trascendental lección que nos brindan algunos artistas:
Miguel
Angel y Rafael, Rubens y Rembrandt, Van Gogh y Cezanne no son solo objetos del
estudio histórico del arte, o inversiones, o símbolos de posición social para
los coleccionistas. Son centros de atracción y repulsión a los que amar.
Admirar, criticar o rechazar, fuerzas vivas que nos afectan profundamente. Son
héroes culturales, dioses de nuestro panteón secular, benéficos o perniciosos,
serenos o caprichosos, pero la actitud hacia ellos –como la que se adopta hacia
los dioses- ha de ser respetuosa y humilde, pues pueden iluminarnos zonas
enteras de la mente que sin su ayuda habrían permanecido en la oscuridad. (Ídem).
Se hace evidente una vez
más que para Gombrich los temas de la cultura y el arte no son iguales a los
temas de las ciencias convencionales. Nuestra aproximación a estos asuntos involucra aspectos vitales para todos.
¿Cómo
obtenemos esos conocimientos generales, esa base cultural?
Permanentemente Gombrich
cuestiona la formación universitaria, esa en donde se favorece la
especialización y programas de estudios
sobrecargados (Gombrich, 2004: 87). Así, prefiere que los estudiantes
asimilen en lugar de adquirir conocimientos y que aprecien “la vista que ofrece
un pico cercano sin tener que preocuparse de obtener un diploma en montañismo a
fin de convencer a los burócratas” (Gombrich, 2004: 88).
Y nuevamente aborda la
necesidad de ese conocimiento vinculado a la tradición del conocimiento
general. Gombrich ofrece una aproximación que es mal vista en la universidad
que yo conozco: la subjetividad. Veamos:
…
No debemos idealizar dicha tradición. No era ni muy coherente ni muy exacta.
Pero, por lo menos, constituía un principio común que infundía tanta coherencia
como nuestra lengua y nuestra cultura y
de esa forma contrarrestaba la fragmentación del conocimiento en espacialidades
inconexas. El que aquel aquella unidad fuese subjetiva es un dato a su favor,
pues, ¿cómo podía no serlo? La mayoría de los sistemas ordenadores son subjetivos, pero por esa razón
precisamente es por la que pueden ayudar a la mente en formación a familiarizarse
con el mapa de la cultura.
(Ídem).
La educación que concibe
Gombrich es una que se produce entre dos personas –maestro y discípulo- en
torno al crucial mundo de la tradición cultural. No cabe aquí objetividad.
Para concluir este
capítulo dedicado a la tradición del conocimiento general, Gombrich nos dice
que éste puede asimilarse a un credo secular. La antigua iglesia no tuvo
reparos en consolidar un credo común que sirviese de guía y de mecanismo de
cohesión. Gombrich propone un credo secular para la cultura y ese credo
comienza afirmando que hacemos parte de la cultura occidental, aquella que nace
en Grecia. Provenimos de ella y pertenecemos a ella.
El credo de Gombrich
termina con un llamado de alerta. Las comunicaciones atentan con las culturas
tradicionales todas. El texto que hemos comentado es de 1977. Las amenazas,
desde entonces, no han hecho sino avanzar. El relativismo se ha apoderado de
casi todo.
¿Vale la pena atarnos a lo
que nos dio resultados durante más de dos milenios?
Algunos creemos que si
vale la pena.
Pero si no es el caso,
pensadores como Gombrich sirven para que conozcamos de cerca el declinar de una
entera civilización que brindó frutos en muchas facetas de la historia.
Ernst Gombrich. 2004. Breve historia de la cultura. Barcelona,
Península.
Ernst Gombrich. 2007. Breve historia del mundo. Barcelona,
Península.
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