Precisiones sobre el tema
La
arquitectura es una de las disciplinas que se caracteriza por tener la
particularidad de poder ser un objeto de estudio y de investigación o bien, una
práctica del ejercicio de proyecto. En el caso de la música, se puede ser musicólogo
o bien compositor. Existen profesores de pintura y pintores. Situaciones
similares se dan en la arquitectura. De diversa manera pueden existir
disciplinas eminentemente teóricas y otras de mayor dominio práctico. Una de
las implicaciones de la relación entre dominios prácticos y teóricos, tiene que
ver con la formación. Apenas hemos esbozado el asunto y ya parece que debemos
incluir este otro ingrediente. Siguiendo con los mismos ejemplos, se puede
estudiar música y pintura, y también sucede que algunos se preparan para la
práctica de tales actividades.
En
ciertos términos, asumimos que un arquitecto es una persona que se ha formado
en alguna universidad del mundo. En líneas generales, se pude decir que la
formación académica de la arquitectura se orienta a las dos vertientes que nos
ocupan: por un lado se aborda la arquitectura como objeto de estudio en sus
componentes teóricos, históricos, tecnológicos, urbanos y, seguramente, otros.
Por otra parte, se entrena al estudiante en el ejercicio de la práctica común y
esencial de la arquitectura: el proyecto.
De este modo, podemos enunciar
algunos de los componentes del asunto que nos ocupa: las características de la
arquitectura como disciplina, las relaciones entre teoría y práctica y el de la
formación. Entendiendo que nuestro plan de trabajo se inserta en una estructura
académica, se debe incluir otro ingrediente: el de la investigación. Está
última, es uno de los aspectos inherentes al ejercicio de la docencia. En esta
actividad, también se bifurcan los caminos, porque la investigación puede
entenderse como un ejercicio más o menos autónomo (individual o grupal) que
produce resultados tales como tesis, textos, ponencias, etc., o bien puede
entenderse como una actividad que acompaña al ejercicio de la docencia: en
clases, con estudiantes, mediante ejercicios, planteamientos, posturas. Aquí,
debe incluirse también la propuesta que entiende al proceso de diseño como una
actividad de investigación.
Fijemos ahora el tema. Para hacerlo,
partiremos de una primera hipótesis o forma de trabajo: no daremos por sentado
cuales son las relaciones entre el conocer y el hacer. Por un momento, vislumbremos
dos posibilidades extremas: o el pensar y el hacer son dos actividades
autónomas y completamente diferenciadas o, por el contrario, estas son dos
actividades que no se pueden separar: se piensa haciendo y se hace pensando. Así,
las relaciones entre el hacer y el conocer son el tema que nos interesa
escudriñar, e insistimos, no queremos de antemano suponer cuales son.
Por una parte nos proponemos
escudriñar en -y entre- estas dos posibilidades extremas (autonomía total o
integración total) y probablemente encontraremos caminos de encuentro, o no. Esto
es lo que nos proponemos investigar. En segundo lugar, y esto nos interesa
también en forma particular, nos proponemos indagar en como y cuales son las
relaciones, formas de trabajo, preguntas y problemas que atañen a la relación
entre el intentar conocer y el intentar hacer arquitectura.
Escudriñemos un poco más en la
escogencia de este tema.
La historia de la modernidad, es la
historia de los avances de la ciencia y de la técnica. Los cambios que este
proceso ha introducido en la historia de la humanidad han sido abismales. Si en
algunos aspectos los resultados resultan abrumadores y progresivos (basta ver
la compleja tecnología aplicada en cualquiera de los tantos proyectos de las
figuras más reconocidas de la arquitectura de la arquitectura internacional),
en otros parece que nos continúan asechando las mismas viejas preguntas. Una es
la que ya se hacía Vitruvio, hace 2000 años: la de los saberes necesarios para
un arquitecto. Este asunto resuena dentro del plan que nos proponemos. Vitruvio
señalaba que la arquitectura requería una formación teórica y un ejercicio de
la práctica. De ahí en adelante, el tema
ha sido objeto de numerosos planteamientos y propuestas.
Si nos referimos al conocimiento
producido en el campo de la arquitectura durante el siglo XX y los años que
llevamos del actual, fácilmente podremos adivinar que el material es muy
abundante y cada vez más específico y elaborado. Sin embargo, más cantidad de
material no ha significado necesariamente que se produzcan mayores acuerdos.
Durante
el tiempo que nos han ocupado los temas de la investigación y el proyecto, la
teoría y la práctica de la arquitectura, la crítica y la historia, y en la
rápida y panorámica revisión bibliográfica que hemos realizado recientemente
sobre el tema del pensar-hacer no encontramos ni pistas convincentes, ni muchos
acuerdos. El tema parece estar vivo, y en muchas ocasiones aparece como
polémico y problemático, aunque en algunas visiones positivistas este y otros
asuntos de la arquitectura puedan aparecer ya claros y resueltos.
Los
puntos que siguen nos harán ver todo esto con más detalle.
Estado actual de los
estudios
Dentro del carácter preliminar que
tiene el contenido de este documento no se pretende abarcar aquí la totalidad del tema. Nuestro propósito es el
de abordar algunas ideas que, en su carácter de panorama y de contraste entre
algunas de ellas, nos permitan ahondar un poco más en el tema propuesto. Así,
nos referiremos brevemente a algunos textos y a sus autores.
El primer texto al que haremos
referencia es una obra de Hans Joachim Albrecht, Escultura en el siglo XX (1981), del cual mencionaremos algunos
breves datos biográficos: estudió pedagogía del arte y escultura en la escuela
superior de artes plásticas de Kassel. En 1976 se realizó una exposición
panorámica de su obra en el Wilhelm Museum de Krefeld. De el, nos interesa
destacar su participación en dos campos de trabajo, el de la docencia y el de
la producción artística, desde los cuales se enfrentaba al investigar y al
hacer.
Al comienzo del libro, Albrecht nos
propone un modelo de análisis para el tema de la escultura, y más
específicamente para las relaciones que el ser humano establece con el espacio.
La relación hombre-espacio se da mediante tres actitudes “conceptualmente
diferenciables entre si” (Albrecht, 1981: 20). En primer lugar, el hombre
habita, ocupa y posee el espacio. Luego, actúa sobre este, lo modifica, lo
ordena. Y en último lugar, las relaciones anteriores lo conducen a reflexionar
e investigar acerca de este. Para Albrecht, “estas tres relaciones guardan una
conexión íntima, se condicionan e influyen mutuamente” (Idem). De esta primera
hipótesis de trabajo, se pasa a una segunda y fundamental:
Acompañada
de experiencias cambiantes, estimulada y promovida por el enriquecimiento y profundización
del saber, se realiza una transformación y multiplicación constante de las
reservas objetivas de nuestro mundo. La vivencia subjetiva, intensificada por
medio de la observación de uno mismo, puede “objetivarse” con el descubrimiento
de sus condiciones externas y de los correspondientes procesos sicológicos,
hasta el punto de que puede realizarse por la acción y producir nuevas
realidades por medio de la creación. (Albrecht, 1981:20).
Revisando
el texto se reconocen los temas y campos del saber que Albrecht asume como los
agentes de esa profundización del saber: la psicología, la fenomenología, la
historia del arte, el análisis formal y el de la percepción. La hipótesis
apunta a que el conocimiento es el que respalda las propuestas de la creación.
Dentro del trabajo que nos
proponemos, pensamos que las dos hipótesis planteadas necesitan ser
consideradas más ampliamente. Por un lado se debe considerar como se produce
ese traslado del conocimiento a la creación. Por otra parte, adaptando el
esquema de Albrecht a la arquitectura, se puede afirmar que en esta también se
produce esa triple relación: la pensamos, investigamos y analizamos e
igualmente; la vivimos y la creamos. Rápidamente reconocemos que estas
relaciones pueden aparecer en cualquier persona y en cualquier momento.
Igualmente, los límites entre ellas pueden ser difusos. Sin embargo, cabe
destacarse que existe una disciplina particular que capacita y asigna socialmente
el hecho de la construcción del espacio a un preciso profesional: el
arquitecto.
Más allá de las intenciones
particulares de este texto, el planteamiento de la relación tripartita entre
hombre y espacio (vivencial, reflexiva-cognoscitiva y transformadora) resulta
muy conveniente para reconocer el marco en el que nos estamos moviendo. Así
mismo, y esto se verá a continuación, el esquema de Albrecht resulta apropiado
para reconocer las diversas visiones de la teoría de la arquitectura.
Otras referencias nos permitirán
ahondar en el esquema tripartito planteado.
Un segundo autor nos muestra como
estos distintos acercamientos pueden ser desarrollados. En 1967, Christian
Norberg-Schulz escribió un texto fundamental: Intenciones en arquitectura. Aquí se propone una teoría integrada
de la arquitectura, un amplio mosaico que comienza señalando las
manifestaciones caóticas de muchos ambientes urbanos, las dudas y discusiones
de los arquitectos, los actores cliente y sociedad, lo que el autor denomina
las dimensiones (forma, cometido o función, técnica y semántica), concluyendo,
y esto es llamativo, en un breve capítulo dedicado a la educación. En las
ilustraciones nos encontramos con fotografías de ambientes urbanos e interiores
de edificios, con plantas, con esquemas analíticos de composición, diagramas,
con arquitecturas muy antiguas o modernas, expresiones populares y cultas. El
propósito de Norberg-Schulz parece ser el de mostrarnos la complejidad y
riqueza de la arquitectura y las diversas relaciones que establecemos con ella (el
esquema de Albrecht). Un planteamiento fundamental del autor se produce en las
relaciones entre el hacer y el conocer: por una parte la teoría analiza y
divide para conocer, mientras que la obra, y sus implicaciones proyectuales, debe
entenderse como una totalidad integrada. Aquí se aprecian las diferencias entre
las formas de trabajo y las distintas realidades.
Veamos ahora otro texto del mismo
autor: Genius Loci, de 1979. En las primeras páginas se reproduce el poema
“Una noche de invierno”, de Georg Trakl, poema utilizado por Martin Heidegger
para explicar la naturaleza del lenguaje, y que Norberg-Schulz retoma para describir
“una situación de vida completa, con una fuerte sugestión de las imágenes del
lugar” (Norberg-Schulz, 1986:8). Es un libro profusamente ilustrado. La casi
totalidad de las imágenes corresponde a fotos de paisajes y ambientes urbanos.
En pocos casos vemos algunos interiores. No se incluye ningún dibujo de planta,
y si se incluyen mapas a escala urbana o geográfica. Aquí, Norberg-Schulz
desarrolla la idea de tres modelos de paisaje (y de arquitectura): el clásico,
el romántico y el cósmico. De acuerdo a este esquema, desarrolla sus
particulares visiones de tres lugares -Roma, Praga y Khartoum- que corresponden
a los tres modelos planteados. En el libro, las referencias a arquitectos y
proyectos son muy escasas. De acuerdo al esquema de Albrecht, no quedan dudas
de que este libro se dirige fundamentalmente a la relación vital entre el ser
humano y el espacio. Dicho con mayor precisión, en este texto nos encontramos
con una investigación sobre la vivencia del espacio, mientras que en Intenciones en arquitectura se abarcan
las tres vertientes del esquema de Albrecht, así como las relaciones entre
ellas. De este modo, el esquema de Albrecht resulta muy apropiado en la medida
que nos permite reconocer como nos podemos acercar a la arquitectura no solo
desde los más obvios puntos de vista críticos y poéticos diferentes, sino
además desde las diferentes relaciones que podemos establecer con ella.
Otro autor que queremos incluir
aquí, es el brasileño Joao Rodolfo Stroeter. Arquitecto y docente, en 1994
publica Teorías sobre arquitectura, a
partir de la tesis de maestría que culminó en 1981. En 2005, aparece Forma y arquitectura, una continuación
de su primer texto. En ambos, se analizan en forma concienzuda las relaciones
entre teoría y práctica, pero sobretodo se aborda un tema fundamental del
trabajo del arquitecto: el de la expresión simbólica. En forma sintética
Stroeter expone varios de los temas que han ocupado a la teoría de la
arquitectura durante el siglo XX. Además de esto, son constantes las
referencias al ámbito cultural en el que se desarrolla el proyecto. Igualmente son
abundantes las referencias a las manifestaciones de la literatura o la música.
Sin ánimos de erudición, quizás
Stroeter nos sorprende cuando afirma que:
En
arquitectura, el método tradicional de proyectar, y el más utilizado es el
dibujo... mediante una técnica semejante a la de ensayo y error, la solución se
modifica y perfecciona hasta alcanzar un nivel considerado como satisfactorio.
En rigor, un proyecto de arquitectura nunca se termina… la tendencia del autor
es la de alterar continuamente el proyecto en un proceso sin fin… Esto no
sucede, dadas las restricciones de orden
práctico. (Stroeter,
1997: 114)
Más adelante, profundiza en esta
forma de trabajo característica de la arquitectura, haciendo mención a la
dualidad del pensar y el hacer:
El
procedimiento de proyectar basándose esencialmente en el dibujo (y a veces en
modelos a escala), aunque parezca rudimentario, constituye un avance
fundamental con respecto a la forma de trabajo del artesano, que no cuenta
nunca con un proyecto. El artesano aplica el proceso… directamente sobre el
objeto que está en proceso de producción, y es sobre este que se hacen los
experimentos y las
modificaciones. En el proyecto arquitectónico existe siempre la posibilidad de
dar marcha atrás, de retroceder a la solución anterior cuando fracasa el
intento de perfeccionamiento. En la pintura, en su forma tradicional… el
retroceso es difícil, y algunas veces imposible. El artista tiene que saber cuando
tiene que dar por terminada su obra, y no tocarla más. El método tradicional
del proyecto en base a dibujos y modelos introdujo entonces una importante
distinción entre pensar y hacer, entre concepción y producción. (Stroeter,
1997: 115)
Cabe
preguntarse aquí sobre ese pensar: ¿es una investigación en abstracto sobre la
arquitectura?, ¿es un momento de reflexión en el cual el arquitecto vislumbra
las implicaciones de su trabajo como una futura propuesta de arquitectura? De
lo que no cabe duda es de esa posibilidad del proyectar que permite retroceder
o dar un salto hacia una solución radicalmente distinta. Creemos importante
destacar la frase “en rigor, un proyecto de arquitectura nunca se termina”
porque parece revelar algunas particularidades del proyecto que lo diferencian
del propósito de una investigación, en la que su final parece poder precisarse
con una mayor claridad.
Para Stroeter, las diferencias entre
los métodos de la arquitectura y los de la ciencia se verifican en sus
mecanismos de evaluación:
El
factor que establece la diferencia entre el método científico y el método del proyecto es la manera de juzgar la
corrección o adecuación de los resultados. La ciencia es un sistema de
conceptos y corresponde a la investigación experimental corregir los conceptos
particulares. Es en este aspecto que el método científico se aplica con mayor
rigor. En el proyecto arquitectónico, este examen se hace a través del uso, por la adecuación entre el problema a
resolverse y la solución encontrada. Es
una comparación blanda, no sistemática, que por lo general, ni siquiera se
hace. Si la solución resulta inadecuada, el uso termina por adaptarse a ella
por medio de la improvisación. La ciencia por su parte, no acepta la improvisación.
(Stroeter,
1997: 118)
Aquí,
se perfila un asunto ampliamente debatido: las relaciones entre la arquitectura
y la ciencia. En sus términos más amplios, se puede advertir que la relación
cognoscitiva con la arquitectura nos acerca al campo de la ciencia y a sus
métodos. Por otra parte, aparece la relación vivencial, esa relación blanda y
no sistemática, pero muy arraigada en lo cultural, en lo social y en lo ético.
Es ante este panorama rico y complejo que aparece la tercera relación y el
trabajo del arquitecto: el de proponerla.
El
objetivo del conocimiento de la arquitectura parece implicar una aproximación teórica
y la aplicación de un método. A los instrumentos teóricos y metodológicos les
exigiremos que sean amplios y universales. Al contrario, el desarrollo de un
proyecto se circunscribe en lo particular, en lo específico. Aquí, el objetivo
es el de alcanzar una propuesta (en sus variantes: partido, forma, criterio,
idea) única y, en muchos casos, irrepetible. Aquí, el afán se dirige a encontrar
una precisa respuesta que atine en el problema.
Quizás
convenga aquí destacar un aspecto que puede pasar desapercibido. Cuando la obra
ya ha sido concluida, el público, los críticos y el propio arquitecto se
enfrentan a una realidad tangible que transmite signos y valores. Entonces, la
“leemos”, la interpretamos, la incluimos en un movimiento, en un determinado
lenguaje o la podemos ver en contraste con otras obras. Sin embargo, no se debe
olvidar que esa obra es producto de un arduo proceso de manipulaciones,
decisiones, variantes y dudas que, afanosamente, dan lugar a la obra final. Aunque
nos hable en el sentido más general del arte, Ernst Gombrich nos explica cual
es el objetivo fundamental del que intenta proyectar una obra:
Lo
que le preocupa a un artista cuando proyecta un cuadro, realiza apuntes o
titubea acerca de cuando ha de dar por
concluida su obra, es algo mucho más difícil de expresar con palabras. Él tal
vez diría que lo que le preocupa es si ha “acertado”. (Gombrich, 1984: 24).
Como
vemos, Gombrich coincide con Stroeter, al señalar la dificultad de dar por
concluido el acto creativo. Para explicar esta circunstancia, Gombrich nos hace
recordar situaciones habituales a los que todos probablemente nos hemos
enfrentado. Puede ser el arreglo de unas flores o la combinación de nuestras
prendas de vestir. De acuerdo a unas particulares intenciones buscamos
encontrar un equilibrio, una armonía, hasta llegar al punto en que
intuitivamente sabemos que no debemos “tocarlo más… ahora si está perfecto” (Gombrich,
1984: 25). Todo arquitecto se puede reconocer aquí, en un proceso en el que si
bien, en algunos momentos, se pueden haber alcanzado a resolver algunas
determinantes tangibles (tamaños, recorridos, etc.) no se siente el proyecto
concluido hasta que no se tiene la certeza de haber “acertado”.
El
asunto todavía no ha concluido.
Supongamos
que el arquitecto está satisfecho, está convencido de que ahora si, ha logrado
su propósito. El proceso no ha concluido, e inmediatamente se introducen las
otras variables: si la obra se realiza comienzan a definirse las relaciones
vivenciales y seguramente, a través de la crítica, las cognoscitivas.
Cabe
aquí una pregunta: ¿Las respuestas a la multiplicidad de todas estas variables
qué o quién las ofrece?, ¿Acaso un método científico?, ¿una teoría?, ¿el
público usuario?, ¿la reflexión o el ejercicio de la crítica?, ¿el compromiso
ético?
Como
vemos, nuestra inquietud inicial puede derivar hacia otros territorios. Todos
estos aspectos deben ser considerados debidamente, tanto en el ámbito de la
investigación como en el de la práctica el proyecto.
Antes
de concluir este punto, incluiremos dos ideas más. No intentan revelar el
estado actual del estudio de las relaciones entre saber y hacer, sino dos
caminos antagónicos.
La
primera de ellas se de uno de los autores que ya hemos citado: Joao Rodolfo
Stroeter. En el capítulo dedicado a la crítica, de su obra de 2005, nos
sorprende cuando señala que:
El
grave problema es que no existe una definición de la arquitectura; la primera y
mayor dificultad de la teoría de la arquitectura es exactamente definir su
objeto (definir una cosa equivale a darle un fin…). (Stroeter, 2005:
77).
Si
esta idea nos sorprende en su crudeza, leamos ahora a Josep Muntañola, más específicamente
la frase con que abre el texto Arquitectura,
modernidad y conocimiento, de 2002:
Sobre
el conocimiento necesario para saber hacer arquitectura ya he escrito numerosos
artículos y libros científicos… hace ya más de veinticinco años. (Muntañola,
2002: 5).
Ambas
ideas nos colocan en un marco altamente problemático. Por un lado se señalan
las dificultades para abordar la propia definición de la arquitectura y, por
otro, se nos propone una hipótesis neta y contundente: la existencia de un
“conocimiento necesario” para hacer arquitectura.
Si
interpretamos al pie de la letra la propuesta de Muntañola, su punto de partida
(conocimiento que conduce a un saber hacer) pondría fin a una tradición
milenaria de la arquitectura e implicaría una reconsideración de las
estructuras curriculares de las diversas facultades de arquitectura. La
variedad y contraste entre teorías, posturas críticas, interpretaciones
históricas y concepciones se volvería innecesarias y caducas ante este nuevo
saber que nos propone Muntañola. Un determinado conocimiento nos conduciría
automáticamente a un saber hacer.
Stroeter,
por su parte, se coloca en la acera contraria. Dentro de la teoría del
conocimiento uno de los asuntos fundamentales es la definición del objeto de
estudio. Esta es una de las bases de cualquier aproximación científica. Es
sobre este asunto fundacional sobre el que Stroeter duda.
Aunque
su propuesta esta marcada por un profundo escepticismo, esto no le impide a
Stroeter abordar la realización de un discurso sobre arquitectura en el que se reconoce
la enorme variedad de propuestas de formas de proyecto y formas de
arquitectura, variedad de interpretaciones y planteamientos.
El
contenido de las imágenes de ambos libros puede resultar revelador.
Muntañola
dedica su libro al arquitecto Enric Miralles, fallecido dos años antes de la
publicación del libro. Hasta aquí nada es sorprendente y parece legítimo que un
autor quiera homenajear a un arquitecto que seguramente admira. Las imágenes
del libro son en su totalidad extraídas de proyectos y obras de Miralles. Es en
este detalle en donde empezamos a preguntarnos como la pretensión de un
conocimiento científico de la arquitectura, al cual le pediríamos que aspirase
a ser universal, se vea acompañado de la
obra de un único arquitecto.
Por
su lado, Stroeter incluye fotografías de arquitecturas de todos los tiempos
(desde el “Erecteion”, 421-406
a. C. hasta el Pabellón de Portugal en la Expo de Lisboa de 1999, obra
de Alvaro Siza). El autor del prólogo del libro, Julio Roberto Katinsky, en
pocas palabras nos describe uno de los atributos del libro:
Su
narración serena, yo diría incluso amable con la que trata las polémicas acerca
de la arquitectura a un nivel
civilizado, en el cual todos son invitados a un convivio fraterno e
inteligente.
(Stroeter, 2005: 9).
Como
vemos, los caminos son diversos. En uno se reconoce el carácter polémico que
tiene el estudio e igualmente el hacer arquitectura. La arquitectura se
entiende como un hecho cultural, vivo y cambiante. Stroeter, como otros
autores, se coloca en una perspectiva algo blanda, aunque esto no le impide
tratar de elaborar, metódica y racionalmente, temas relevantes de la
arquitectura. Al contrario, Muntañola parece colocarse en la acera de aquellos
que han pretendido encontrar verdades absolutas en el mundo de la arquitectura
que no han sido tales.
En
todo caso, vinculando las posiciones anteriores con nuestro plan, no queda sino
reiterada la necesidad de indagar más sobre las relaciones entre el conocer y
el hacer.
Como
hemos visto, el tema no es nuevo. Y no lo es porque toca el propio fundamento
de la arquitectura. En el ámbito de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo, de la Universidad Central
de Venezuela el tema ha sido abordado con decisión, y es uno de los asuntos que
toca a la forma de organización del plan de estudios.
En
el texto, De vientos a tempestades
(2007), del profesor Juan José Martín Frechilla, dedicado al proceso de
renovación académica de nuestra facultad el asunto aparece reiteradamente en
dos momentos cruciales: en el inicio de la conformación de la Escuela de Arquitectura,
más tarde Facultad, y en el tema fundamental del libro: el de la renovación.
Otro
texto que incluye diversos aportes al tema por parte de algunos de los docentes
con más amplia trayectoria es la compilación realizada por el profesor Azier
Calvo, Aportes para una memoria y cuenta
(2005).
Otra
referencia la constituye el artículo de la profesora Carmen Dyna Guitián
titulado “La biografía proyectual: ¿una posibilidad de encuentro entre
investigación y diseño arquitectónico? (1998). A partir de una de las líneas de
trabajo de la Maestría
en Diseño Arquitectónico, de la
FAU-UCV, se considera que las actividades del proyecto y la
investigación están concatenadas y que ambas conducen, a partir de su estudio
conciente, a una forma de trabajo sistemática que la autora denomina biografía
proyectual. Dos aspectos del artículo nos parece oportuno destacar. En primer
lugar, la profesora Guitián nos dice que el tema está arraigado en el campo
académico. Las últimas palabras del artículo son una invitación a confrontar,
proponer, dentro de un espacio de reflexión, sobre los ámbitos del diseño y la
investigación (Guitián, 1998: 13).
La
relevancia y el eco del tema lo encontramos también en la Primera Jornada de
Investigación de la Facultad
de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central
de Venezuela, realizada a comienzos del año 1985. Nombramos a los autores de
algunas de las ponencias: Pablo Lasala, Juan José Martín Frechilla, Augusto
Tobito y Julio Coll Rojas.
Todas
estas últimas referencias citadas serán una importante referencia para la
investigación que nos proponemos llevar a cabo.
Como
señalamos al principio, más que pretender establecer sobre el avance o el
estado actual de los estudios acerca del tema, lo que hemos intentado en este
punto es reconocer la necesidad de continuar indagando sobre tan importante
tema de la arquitectura y su formación.
¿De qué se trata?
La relación entre el pensar y hacer
arquitectura, entre teoría y práctica, es un tema vasto y siempre presente. Sin
embargo, nuestra preocupación y nuestro objeto de estudio se enfoca en el
quehacer contemporáneo. Una de las razones de tal decisión es que el problema,
hoy, se revela urgente y problemático. Por otra parte, creemos que las
búsquedas actuales de integración entre la investigación y el proyecto, dejan
de lado a un componente fundamental: a la propia arquitectura. Y aquí aparece
una hipótesis fundamental de nuestro trabajo: mientras no se incluya a la
arquitectura misma, a las manifestaciones del proyecto y sus consecuencias
éticas, políticas y culturales, la vieja discusión entre el investigar y el
hacer se encuentra en un callejón sin salida, atada por las pretensiones de
modelos de actuación e investigación que se recrean en su propia coherencia
epistemológica, dejando de lado el objetivo fundamental: la arquitectura real y
construida, preferiblemente de calidad, y, ella si, integrada.
Con la precisión temporal que nos
imponemos se logran dos objetivos. El primero es de carácter metodológico,
fijando un marco histórico definido en el que se concentrará nuestra búsqueda.
El otro, tiene que ver con lo ya señalado: su vigencia. Consideramos que no es
una mera casualidad que el breve relato que hicimos sobre el estado actual de
los estudios culmina en el pasado reciente con dos ideas radicalmente opuestas,
las de Muntañola (2002) y las de Stroeter
(2005).
Para entender mejor este problema
contemporáneo, conviene contrastarlo con un período inmediatamente anterior, el
de la modernidad. En líneas generales, en el desarrollo de la arquitectura
moderna, aquella que se materializó en forma cristalina a partir de la segunda
década del siglo XX hasta mediados de siglo, se reconoce un estrecho vínculo
entre la teoría y la práctica, entre investigar y hacer. En el plano de las
propuestas, se conformó un grupo vanguardista más o menos unificado, con
ideales comunes acerca de la forma de hacer arquitectura. Aquí, el resultado
integrado era la arquitectura misma, y no se discutía mucho acerca de las
relaciones entre teoría y práctica.
Veamos, con un breve acercamiento,
el contexto ideológico de la arquitectura moderna, para contrastarlo con las
dificultades del presente.
En 1927, en ocasión de la exposición
del Deutscher Werkbund, se realizó un la ciudad de Stuttgart el célebre
conjunto de la Weissenhof,
en la que se realizan obras de importantes arquitectos europeos del momento:
Peter Behrens, Le Corbusier y Pierre Jeanneret, Walter Gropius, Ludwig
Hilberseimer, Mies ven der Rohe, J. J. Pieter Oud, Hans Poelzig, Hans Scharoum,
Mart Stam, los hermanos Taut, entre otros.
Poco tiempo después, en 1932, estas obras se presentan en el Museo de
Arte Moderno, de Nueva York, en una exposición denominada “The International
Style” bajo la dirección de Philip Johnson y Henri-Russell Hitchcock.
Curiosamente, la exposición revelaba la unidad de los criterios formales de esa
arquitectura, de unas experiencias que lo último que buscaban era plantear y
difundir un nuevo estilo. Se fijó así, una experiencia unificada alrededor de
la multitud de temas e inquietudes que ocuparon a varias generaciones de
arquitectos.
El plan moderno se extiende a España
-con el GATEPAC- a Brasil, con la experiencia de la realización de la sede del
Ministerio de Educación y Salud (Le Corbusier fue invitado a unirse al equipo
de proyecto, en 1936), a Sudáfrica, con los vínculos entre Rex Martienssen y Le
Corbusier, y a Japón, bajo la figura de Kenzo Tange (Frampton, 1987: 252-265).
En el caso venezolano, es importante destacar la difusión de los postulados de
Le Corbusier por parte de Cipriano Domínguez, quien en 1936 realiza una
conferencia y posterior artículo sobre los cinco puntos de la arquitectura del
maestro (Domínguez, 1936). Si bien, en el caso del propio Villanueva, el
vínculo con los ideales modernos se produce ya avanzado el siglo XX, cuando se
produce se da en una forma decisiva.
El acuerdo moderno se consolida
también a través de los Congresos Internacionales de Arquitectura Moderna, los
llamados CIAM. En 1928, producen un primer documento, cuyo objetivo es el de
“establecer un forum de debate” y “un frente común de la arquitectura alineada
con la modernidad” (Hereu, Montaner y Oliveras, 1994: 267). Este documento
estaba firmado por destacados arquitectos de toda Europa.
En el campo de la educación se erige
como emblema solitario y único la experiencia de la escuela de la Bauhaus (1919-1933), que si
bien tuvo una vida relativamente corta y agitada por el contexto político, dejó
una importante huella sobre la forma de abordar la arquitectura y la enseñanza.
Todas estas experiencias revelan la
existencia de un plan común, de un paradigma sólido en el que una pregunta como
las que nos hacemos con este trabajo no tenía cabida, por la sencilla razón de
que el problema no existía. Como señala el profesor Oscar Tenreiro:
En
los años cincuenta se abordaban los temas de la arquitectura discutiendo, lo que
pensaban o hacían los cuatro héroes del Movimiento Moderno, Frank, Mies, Corbu
y Aalto, que componían algo parecido a una cuaternidad arquetipal capaz de
resumir los enfoques ortodoxos que podían tener lugar dentro del espacio que
definió la
Tradición Moderna. (Tenreiro, 1996: 2).
Después de estas palabras, Oscar
Tenreiro ironiza, al afirmar que las cuatro referencias maestras se han
traducido en los tiempos actuales en cuatro docenas. Y aquí, ya el panorama se
vuelve más incierto.
La unidad conceptual y práctica se comienza a
resquebrajar a mediados del siglo XX. En este sentido, resulta muy revelador el
contenido de la tercera y última parte del libro Textos de arquitectura de la modernidad, una antología de textos
significativos, recogidos y comentados por Pere Hereu, Josep María Montaner y
Jordi Oliveras. Bajo el título de “La crisis de la modernidad” se recogen un
conjunto de textos, en el que los autores contrastan los “objetivos y
planteamientos bastante similares” (Hereu, Montaner y Oliveras, 1994: 287)
previos a 1945, con la situación más reciente, en donde lo que predomina es una
“enorme diversidad de posiciones arquitectónicas y la disparidad de focos de
discusión y debate” (Idem).
Aquí nos encontramos con las
críticas del grupo “Team X” al interior de los CIAM, sus propuestas de nuevas
categorías, un texto de Sigfried Giedion sobre la obra de Jörn Utzon, que es
una suerte de justificación de la otrora incomprendida y poco aceptada Opera de
Sidney (piénsese en los acuerdos tácitos de la Weissenhof), las
inspiraciones en el patrimonio del pasado de Louis Kahn, y las nuevas visiones
formalistas de Peter Eisenman. Así concluye el libro.
Con sus particularidades, el
desarrollo de nuestra arquitectura se ha conducido por caminos paralelos. Si en
el marco internacional, se puede identificar claramente la influencia del
cuarteto de maestros modernos y sus planteamientos, se puede ver también como
esta fórmula funcionó para el ejercicio docente de nuestra facultad de
arquitectura. En la quinta y sexta década del siglo XX, los cursos de
composición arquitectónica se daban en talleres, identificados por el nombre de
los maestros que establecían las líneas de conducción: Villanueva, Galia,
Tobito, entre otros pocos. El proceso de renovación, la subsiguiente creación
de las unidades docentes y de los sectores de conocimiento hasta llegar al
momento actual, no ha sido sino un proceso histórico en el que frecuentemente
se clama por la integración de los conocimientos. En un artículo realizado por
el profesor y exdecano de la
Facultad de Arquitectura y Urbanismo, el arquitecto Eduardo
Castillo, se señalan los problemas de la enseñanza en 1968: ausencias de claros
objetivos y falta de integración entre la asignatura de composición
arquitectónica y las materias teóricas
(Castillo, 2005: 25). Las propuestas de reestructuración se plantean la
corrección de estos males, fundamentalmente la “integración de la enseñanza en
áreas comunes de conocimiento”
(Castillo, 2005: 25). El artículo concluye haciendo un llamado
denunciando los frustrados intentos por lograr tales fines. Al parecer, sin el
cobijo de los viejos maestros, la enseñanza no parece encontrar un camino
acertado.
Sin adentrarnos más en el desarrollo
de esta diversidad creciente, lo que se puede constatar en la actualidad es que
el arquitecto contemporáneo se encuentra sin asideros sólidos. Las respuestas
se tratan de encontrar en otras disciplinas, en los vanos intentos por cargar
de discursos teóricos a la práctica de la arquitectura, en la validación de
métodos, o en la pretendida integración entre las actividades de la
investigación y el diseño.
Resulta inquietante constatar que en todas
estas búsquedas diversas lo que ha quedado desdibujado es la propia
arquitectura. Aun entendiendo que el artículo del profesor Eduardo Castillo se
ubica en el ámbito académico, creemos que resulta revelador la ausencia
absoluta de referencias a la propia
arquitectura, en su dimensión práctica y en su construcción real.
La misma ausencia se encuentra en el
artículo de la profesora Carmen Dyna Guitian. Aquí, el propósito de integración
entre investigación y diseño debe conducir a la “biografía proyectual”, un
instrumento metodológico absolutamente individual que permita hacer “coincidir
al diseñador y al teórico” (Guitian, 1998: 12-13), con el único objetivo de
conseguir un “modelo propio”. Algunas preguntas fundamentales quedan excluidas
en esta propuesta de trabajo: ¿a que tipo de arquitectura se aspira?, ¿no es
importante considerar, en el proyecto, una de las aspiraciones de nuestro
oficio como lo es la interpretación e incorporación de los aspectos colectivos,
tal y como nuestro maestro Villanueva propugnó y puso en obra?
Al final, es importante destacar que,
a la hora de analizar las relaciones entre proyecto e investigación, la propia
arquitectura y sus valores más fundamentales tiene que estar presentes y en el
propio centro de la discusión.
Un
primer reconocimiento que cabe hacerse es que la práctica de la arquitectura y
de la teoría de la arquitectura son cosas distintas.
Igualmente,
toca reconocer que la validez de la teoría toca a la ciencia y la validez de la
arquitectura y el proyecto tocan –fundamentalmente- a los temas propios de la
arquitectura y el proyecto.
De
lo anterior se desprende un particular estatus de la teoría de la arquitectura,
porque nada tiene que ver con las aspiraciones científicas que se reconocen en
otras disciplinas. Todavía queda por andar un camino incipiente que permita reconocer
los temas propios de la arquitectura y el proyecto y la manera de adentrarnos
en ellos.
Es
importante que la teoría de la arquitectura se deslastre de la aspiración científica.
Referencias
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-TENREIRO,
Oscar (1996). “Interpelando a la crítica”. Caracas, UCV-FAU, Trabajo de Ascenso
para optar al grado de asociado en el escalafón docente.
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