Este texto se elabora a partir de las
notas realizadas durante la charla que ofreció el maestro Jesús Tenreiro en el
auditorio de la FAU-UCV, en el marco de la asignatura dedicada a los Premios
Nacionales de Arquitectura. El año fue probablemente 2002. Este curso contó con
amplia participación de estudiantes y el período siguiente se repitió la experiencia,
esta vez en las llamadas anfiteátricas.
En el primer curso asistió el Padre Otto, el hombre que impulsó la realización
de la Abadía de Güigüe. En la segunda ocasión conocí al ingeniero Nicolás
Labropoulos. Hablaron de ingeniería y de arquitectura, de proyectos comunes y
de música. En ocasiones asistía Ana (esposa y colaboradora de Jesús) y Rafael
Urbina (su discípulo). Algunos años después, lo invité en ocasión de otro
curso. Fueron sus últimas apariciones en la FAU.
Abadía Benedictina de Güigüe. Al fondo la capilla y el campanario (foto Luis Polito)
Haré un relato de mis impresiones
sobre el primer curso.
En sus exposiciones, J T revela un
conjunto de ideas que permiten que apreciemos mejor su obra. Además, nos invita
a plantearnos algunas oportunas reflexiones.
Cuando se analiza la obra de un
arquitecto, es frecuente que se destaquen aquellos aspectos ideales,
conceptuales, teóricos o aquellos provenientes de nobles referencias, dejando
de lado otros temas como los económicos y materiales o aquellos que tienen que
ver con las condiciones concretas en las que el arquitecto comúnmente trabaja.
En un caso como el que aquí nos ocupa,
cuando el propio autor es el que habla, esta tendencia se acentúa todavía más,
pues el arquitecto se siente tentado a referir su trabajo sólo a aquellas
condiciones y consideraciones cultas y nobles que permiten valorar y enaltecer
su trabajo. Toda consideración dirigida a los pequeños y vulgares detalles se
tiende a evitar, por considerarse que estos temas son banales y claramente
distantes de la cultura visual tan querida y venerada.
Esta manera de abordar el análisis
crítico tiene su matiz consolatorio. Se pretende que el arquitecto trabaje en
forma autónoma, que tome decisiones bajo los dictados de su absoluta
individualidad, negando el complejo proceso de contradicciones, luchas y
pequeños logros que significa llevar adelante un proyecto y luego una obra.
La manera de abordar al auto-análisis
por parte de J T es abiertamente opuesta a la manera que hemos descrito.
En su discurso es frecuente la
consideración de aspectos económicos y constructivos. Igualmente le parece
oportuno destacar la participación de los ingenieros calculistas o el trabajo
de hábiles artesanos y constructores que han sabido llevar a cabo particulares
estructuras (la estructura de madera de la casa de Cumbres de Curumo) o
complejos volúmenes en concreto a la vista (en el caso del Palacio Municipal de Barquisimeto).
Es una aproximación realista a la arquitectura. Y hay también otros matices.
Es una aproximación realista a la arquitectura. Y hay también otros matices.
J T nos relata acerca del amor de los
habitantes de una de sus primeras obras (la casa de la familia Rodríguez en los
Palos Grandes). Amor que se refleja en el cuidado y manutención de la casa a lo
largo del tiempo.
Casa Rodríguez. Los Palos Grandes (foto luis Polito)
Para JT, el arquitecto de mide y
confronta no sólo con el acto inmediato del diseño, sino también con el
destino, con la historia particular de cada obra; verificando y analizando como
las propuestas formales ideales se traducen en el tiempo en situaciones
vivenciales, humanas.
Con esta aproximación realista al
diseño y a la arquitectura, somos testigos de la ausencia de toda pretensión ideal
o conceptual. Sin embargo, por medio de las fotografías de las obras, captamos
de la mejor manera posible la realidad de la arquitectura sin la medicación de
la palabra justificadora.
¡Esta es una buena lección! ¡Y buena
elección!
Abadía Benedictina de Güigüe. Interior de la capilla (foto Luis Polito)
J T establece así un curioso e
interesante equilibrio. Sus palabras se concentran en la descripción minuciosa
del arduo proceso del proyectar, desde la óptica que ya hemos mencionado.
Las imágenes nos permitan ver,
verificar e interpretar, con nuestra propia libertad, el juego pendular entre
ideas puras (implícitas, no señaladas; por lo tanto prestas a nuestra libre
interpretación) y aquellas situaciones concretas en las que cada obra se
desarrolla.
Finalmente, J T nos ha transmitido un
valor.
Ya desde antes apreciábamos su
destacada trayectoria como arquitecto. Pero ahora nos ofrece una necesaria
reflexión: es conveniente que nos aproximemos a la arquitectura de una manera
más amplia e integral, uniendo los necesarios ideales y las inevitables
realidades implícitas en la realización de la arquitectura.
Con este curso –oportuno homenaje a
uno de los maestros de nuestra facultad- conoceremos más de cerca obras y
propuestas de arquitectura y ciudad.
J T nos ha enseñado que el discurso en
arquitectura gana cuando proviene de la modestia, del cuidado a los detalles y
cuando evita la grandilocuencia y el revuelo intelectual.
Abadía Benedictina de Güigüe. A la izquierda el ala de hospedaje. A la derecha el cuerpo central
(foto Luis Polito)
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