Publico las conclusiones –precedidas del resumen inicial- de mi trabajo de ascenso “Teorías y arquitecturas en plural. Mirando la tradición”, investigación presentada para optar a la categoría de Profesor Titular de la Facultad de Arquitectura y Urbanismo de la Universidad Central de Venezuela (2019). El jurado evaluador, por unanimidad, acordó otorgar mención honorífica al trabajo. Este es un extracto del acta:
“Trabajo personal que significa un aporte a la materia, por cuanto ahonda en la reflexión de la relación entre teorías y arquitecturas. Trata de un amplio abanico de teorías para lo cual resulta muy útil en la docencia, la investigación y la extensión. Recoge su valiosa trayectoria como profesor de Teoría de la Arquitectura”.
Resumen inicial
Esta investigación trata acerca de la naturaleza disciplinar de la materia teoría de la arquitectura. El uso frecuente de este término en singular revela una aproximación cientificista. A través de indagaciones críticas se desarrolla la hipótesis central del trabajo: tanto teorías como arquitecturas existen en plural. No hay una teoría única.
En el primer capítulo se trata de diversos esquemas interpretativos de las teorías, del tratamiento de los hechos de la arquitectura, de la tradición cultural en la arquitectura; dando paso a las hipótesis de la investigación y a la definición del objetivo central: reconocer que teorías y arquitecturas requieren deslindarse de los modelos de teoría de las ciencias naturales.
El segundo capítulo ahonda en el contraste entre ciencias, historia y arquitectura, desarrollando el contraste entre verdad y arbitrariedad.
En el tercer capítulo se analizan textos teóricos de arquitectura, profundizando en sus intenciones. Se tratan también textos y autores de otras disciplinas, en la medida que aportan oportunas reflexiones en cuanto a la pluralidad.
El cuarto capítulo continúa con reflexiones más libres y puntuales, sobre obras y arquitectos venezolanos y así mismo temas vinculados a la enseñanza de la arquitectura.
Al final, reconocemos que si descartamos las aproximaciones cientificistas podemos descubrir el papel fundamental que tiene la tradición en la arquitectura. Se propone entonces un papel crucial y así mismo retador para las teorías: en cambio de pretender hacer de la arquitectura una ciencia natural, las teorías tienen un papel activo como agentes de propuestas y también como continentes para la enseñanza, un aspecto que es crucial dada la particularidad de esta disciplina reacia a entrar en los moldes de las ciencias naturales.
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Este trabajo es una indagación acerca de la naturaleza de las teorías y de la arquitectura como disciplinas. ¿A qué obedece esta inquietud que conduce a realizar toda una investigación acerca de este tema? ¿Acaso no basta que nos sigamos refiriendo a la teoría de la arquitectura tal y como se ha hecho tradicionalmente? El trabajo no se detiene en la cuestión del término teoría de la arquitectura, pero sí en sus implicaciones cientificistas y en sus pretensiones sistemáticas. Pero sobre todo el trabajo es un llamado para destacar la profunda importancia y riqueza de las teorías en la tradición de la arquitectura.
Una primera conclusión y advertencia del trabajo atañe a ciertos opuestos en juego. He considerado necesario separar teorías de arquitectura, entendiendo las primeras como textos y la segunda como la disciplina en su sentido más amplio. Esta separación permite plantear la pregunta acerca del papel de las teorías en el ámbito de la arquitectura. Por otro lado, he separado dos nociones de ciencia: una en sentido estricto (Bunge) con estructura codificada y otra en sentido amplio (Collingwood). La otra separación imprescindible es la que atañe a la diferencia entre la investigación y lo investigado. Las aspiraciones legítimas de que una investigación tenga soporte científico no hacen que automáticamente ese atributo se traslade al objeto estudiado. Aun así, en el texto he declarado con anterioridad que es imposible no valorar y no tener una determinada mirada como investigador. Es preferible esta declaración a una pretendida objetividad que no es tal. Pero también sostengo que mis propios valores –en la medida de lo posible- deben ser expresados con claridad y con la suficiente autocrítica.
Así, el trabajo muestra con toda claridad que el universo de la materia teoría es más amplio y más complejo de lo que aparenta. La extensión del trabajo prueba lo que Ignasi de Sola-Morales dice en pocas palabras: es grosero tratar a la teoría pensando que todo es simple y evidente.
Una primera consideración atañe a la interpretación de las teorías de acuerdo al esquema que propone Stroeter (1-la teoría como gramática y corpus de conocimiento, 2-la teoría como hipótesis científica y 3-la teoría como reflexión).
La investigación ha mostrado que el primer camino –fundamentalmente asociado al clasicismo- ya no nos pertenece a partir de la modernidad. El modelo que busca igualar la arquitectura con las ciencias naturales tampoco es viable porque la arquitectura es reacia a ciertos esquemas que definen la naturaleza de esas ciencias naturales. Queda la tercera vía, la del pensar no sólo sobre el hacer arquitectura, sino también sobre ella misma como institución y sobre las propias teorías. A destacar que este camino es el que carece de estructura, al menos a priori. No define modelos y es abierto. Es epistemológicamente el más modesto, pero es el que respeta tanto a las teorías como a la naturaleza de la arquitectura.
Este trabajo no se adentra en los temas habituales de la teoría (aquellos que por ejemplo encontramos en los libros de Abercrombie o Rasmussen: espacio, forma, técnica). Son temas que se han tratado frecuentemente y seguramente se seguirán tratando. El trabajo se instala en la puerta de entrada, antes de considerar los temas particulares. Se concentra en ese núcleo así mismo amplio que he denominado la naturaleza de las teorías. A modo de ejemplo: lo que me ha llamado la atención a lo largo de esta investigación no es tanto profundizar en una noción como la de lugar, sino, contrastar como dos autores –Muntañola y Norberg-Schulz- tratan un mismo término desde posturas radicalmente distintas. El primero se ocupa de conceptos y principios. El segundo se ocupa de relatarnos la experiencia de fascinantes lugares concretos. Estas miradas distintas son posturas teóricas distintas, expresión de la pluralidad de las teorías.
Desde esta perspectiva de indagación, el trabajo identifica que no hay una única teoría de la arquitectura que recorra histórica y transversalmente el universo de la arquitectura. Ninguna teoría ha tenido tal fuerza. Mirando en perspectiva, se pudiera convenir que ese papel lo cumplió alguna vez el clasicismo. Aunque de hecho el clasicismo tampoco es una teoría de carácter universal, se puede reconocer que su trascendencia y su solidez le dan un papel protagónico en la historia. Sobre este fondo ya ido, Moneo reconoce dos efectos de corte trágico: por una parte tal teoría sufre un naufragio. Después de este, en muchos queda la nostalgia de lo que alguna vez fue firme.
Ante este escenario aparece la modernidad con sus atributos. Uno de ellos es la pretensión por abarcarlo todo. Y lo hace con un instrumento que se llama espíritu científico. Se afana en comprender y se empeña en descubrir verdades sujetas a razón y a demostración. La aspiración siguiente ha sido la de dotar a la teoría de estructura, de arquitectónica. En líneas generales, las teorías modernas de la arquitectura aspiran a ser totalidades científicas. Esto sucede desde el siglo XVII hasta el presente. A veces el cientificismo arropa los discursos (Muntañola), a veces se ese espíritu se apaga y surgen otras vías (Norberg-Schulz). La modernidad trae otra consecuencia para el ámbito teórico: las teorías se multiplican y se soportan en muy diversos fundamentos conceptuales. Así, también sucede que a partir del siglo XVII la pluralidad de teorías será un hecho permanente. Esta es una veta retadora.
Se identifica entonces una auténtica paradoja sobre las teorías en la modernidad: el contraste entre el afán por la teoría única y la constatación de la pluralidad de teorías en ese marco moderno.
El trabajo se ha propuesto destacar estos caminos opuestos. Y esto se ha hecho porque si nos adentramos en el desarrollo de los contenidos de la teoría como materia sin reconocer conscientemente las diversas perspectivas no sacaremos mayor provecho de ese pensar; sobre todo en un tiempo presente caracterizado no ya por la pluralidad sino por profundos relativismos y entusiasmos de toda índole.
La pluralidad es doble: por un lado es enfoque del trabajo, pero es también reconocimiento de condición propia de las teorías en este tiempo.
La investigación se propone reconocer un marco de comprensión e interpretación para entender en donde están paradas las diversas teorías de la arquitectura. No es mi pretensión haber construido un marco sólido de reconocimiento, pero sí lo es el destacar que hoy más que nunca este marco provisional de visión y orientación es indispensable. Entiendo que la tarea es compleja y ambiciosa, pero creo es necesaria. Como se dijo en la introducción del trabajo, las hipótesis de esta investigación son de descarte y de afirmación.
Un descarte obligado cuestiona la fascinación que en algunos ejerce el espíritu cientificista. Se pretende dentro de este marco fijar verdades racionales, comprobaciones, causas y efectos y hechos; tal cual se entienden en las ciencias naturales. Expresión de tal aproximación es la insistencia no tanto en preguntar ¿por qué? sino en pretender contestar a ellos y a hacerlo desde la perspectiva de las ciencias naturales. Bajo esta perspectiva, el proyecto debería calzar con la realidad. Tal pretensión conduce a la arquitectura y su pensar a un callejón sin salida alguna. Parece que la arquitectura se debate entonces entre verdad (racional) y arbitrariedad o, como plantean tanto Marco Negrón como Alberto Sato, en caminos enfrentados en donde se oponen racionalidad e investigación y por otro creatividad, dimensiones inefables y caminos de la intuición y de la sensibilidad.
Cuando Claude Perrault en el siglo XVII se ve impulsado a comentar y revisar el tratado de Vitruvio (primer eslabón de la teoría clásica) aborda esta misma dualidad: por un lado en la arquitectura existen fundamentos positivos –el uso y la solidez- y por otro existe el principio arbitrario de belleza que solamente obedece a una autoridad convencional y a la comodidad de las costumbres. Se revela así como un auténtico científico, exigiendo razones y condenando todo hábito amparado en la tradición.
Naufragio clásico (1) y propuesta de nuevas perspectivas ¡científicas!
Es este el punto de partida del funcionalismo y de la idea de que solo se justifica la presencia de materiales y formas cuando están vinculados a la estructura. Lo que no es estructura debe condenarse y descartarse. Más allá de que estas ideas inciden en la teoría y práctica de la arquitectura, la verdadera transformación tiene que ver con la exigencia cientificista a las teorías que permanentemente exige justificación racional.
Estas ideas permearán en Durand, en los funcionalistas modernos, en Hannes Meyer, en la sachlichkeit y en los afanes metodológicos o de investigación proyectual. Se pretende aquí lograr una contundencia argumentativa y científica. Así, para Marco Negrón en la nueva propuesta de Plan de Estudios para la FAU-UCV se le pide a la teoría que sea el remedio en contra de dos males: el determinismo tecnocrático y la idea del proyecto entendida como operación caprichosa e individualista.
El trabajo ha mostrado que con planteamientos como estos solo se ha llegado a una trampa auto-impuesta. Se está pidiendo a la arquitectura y a su pensar que actúen tal y como lo hacen las ciencias naturales. Juego trancado del cual solo saldremos en la medida que indaguemos en la naturaleza disciplinar de la arquitectura, dejando de lado todo préstamo de las formas de proceder de las ciencias naturales.
¿A dónde mirar entonces?
El trabajo propone nos detengamos en la tradición. Esto lo han hecho Rafael Moneo, Alberto Campo Baeza, Louis Kahn, Le Corbusier y nuestro maestro mayor, Carlos Raúl Villanueva. Y lo han hecho tanto con sus proyectos así como con sus ideas.
Es tiempo de reconocer la tradición de la arquitectura y de las teorías. Tradición que no determina como deben hacerse las cosas. Pero si toca reconocer el rico fondo cultural de una disciplina milenaria. Nutrirnos de ese fondo cultural de ninguna manera debe eludir las necesidades de actualización del ámbito moderno. ¿Por qué no reconocer que arquitectura, trabajo del arquitecto y teorías tienen que ver con esa tradición? ¿Por qué ha de ser un problema reconocer que ese fondo tradicional que también opera en las artes? Es natural en la literatura, en la música, en el cine. Existen lenguajes, existen referencias probadas para realizar determinadas operaciones. Y existen también hitos, obras, arquitectos; esos dioses seculares como los denomina justamente Ernst Gombrich.
Cuando digo tradición, no digo tradición en abstracto. Lo que digo es que la tradición está imbricada en teorías y arquitecturas. Hace parte de una imaginaria o real biblioteca del tema o de ese sueño del arquitecto en donde conviven los hitos de la disciplina. Los hitos son las obras, las escuadras y los textos (independientemente de que los soportes técnicos actuales sean pdf o sketchup).
Se puede pensar que en arquitectura existen dos dimensiones opuestas: una racional y otra creativa (Cara-sello de Alberto Sato). La moneda o está apoyada en la cara o en el sello, Es muy difícil que esté apoyada en el canto. O estamos en el lado claro de la ciencia y de la racionalidad o estamos en el lado oscuro, en donde cada quien piensa lo que le parece. En el trabajo –ya concluyendo- propongo la transformación de la moneda de dos caras en esfera. Con esto quiero decir que la esta distinción entre lado racional y lado creativo (polos del proyecto para mucha literatura) y teoría científica o pura arbitrariedad puede revelarse como artificial. Al final, el arquitecto es uno solo y la arquitectura es una sola.
Es evidente que hay aspectos de proyecto y de teoría que se pueden sistematizar en pocas palabras o fórmulas (El cálculo de las medidas de huellas y contrahuellas de una escalera). Estas condicionantes se pueden forzar, más no tanto que no permitan el uso seguro de las edificaciones. Pero existen otros aspectos de la arquitectura que no obedecen a la pura razón.
El conflicto se presenta cuando confundimos esta riqueza que tiene la arquitectura en sí misma, y nos metemos nosotros en el medio con nuestras psicologías y con nuestras orientaciones epistemológicas o poéticas.
El trabajo no intenta resolver esta dualidad de la personalidad. Sí obedece a un intento por adentrarnos teóricamente en la naturaleza honda de la arquitectura.
Si bien la arquitectura no tiene el soporte sistemático que otras ciencias sí tienen (soportes matemáticos o empíricos) y, por lo tanto, carece de leyes; eso no significa que la arquitectura y la teoría no deban aspirar a metas de las propias ciencias y de la modernidad. Arquitectura y teorías pueden y deben aspirar a racionalidad, a espíritu crítico, investigación, conocimientos plurales sin caer en tanteos ni experimentaciones arbitrarias.
Si bien ciertas arquitecturas y arquitectos están cargados de arbitrariedad e individualismo (ya lo vimos), dando pie a un divismo irracional que hizo o hace moda, lo que proponemos es ubicarnos en la búsqueda de un sentido propio para la arquitectura. Sentido propio que carece del soporte científico de corte positivo de otras ciencias. En arquitectura y en teoría se deben realizar investigaciones, se tiene que indagar en las experiencias previas. En este sentido, no tiene por qué ser una disciplina caprichosa. La arquitectura es ciencia en el sentido de Collingwood. Tiene su historia, tiene referencias y modelos, tiene hitos y figuras destacadas. Sin embargo, en arquitectura no hay verdades definitivas.
Reconocemos una gran riqueza en las arquitecturas de Kahn o de Villanueva. Las valoramos cultural y artísticamente y como señala Scheler modifican nuestro ser más que nuestro saber. Fijemos en ellas y en otras nuestra atención, sin temor al lado subjetivo de la arquitectura, aspecto que de hecho existe. (Schaeffer llama a los eternamente preocupados por la objetividad los alma en pena).
Pero esto no significa que al reconocer la subjetividad de la arquitectura, es por qué aceptamos que todo es igual. Esta idea está en Gombrich y en Gadamer. El hecho de que el arte tenga muchas expresiones no significa que todas ellas tienen el mismo valor. Hay jerarquías, y existen obras e ideas que trascienden mientras otras no.
Ser subjetivo no es ser incomunicable. Se puede ser subjetivo y así mismo colectivo (Schaeffer). Esto lo encontramos en las grandes obras de arte y arquitectura. De eso se trata la arquitectura y el trabajo afirma esto. Es importante entenderlo. Sin necesidad de argumentos racionales, en arte y en arquitectura hay hitos y referencias. La quinta sinfonía de Beethoven es prueba de ello. Ronchamp es prueba de ello.
Se trata entonces de reconocer la inclusión de la arquitectura en las humanidades, entendida como esa vertiente de la formación que se conecta con tradiciones culturales y artísticas, en unos saberes que son distintos a los que atañen a las ciencias naturales. Esto lo han explicado Ernst Gombrich, Max Scheler y Hans Georg Gadamer (2).
Reconocer que ni teorías ni arquitectura obedecen al modelo de las ciencias naturales no significa que tratamos con disciplinas caprichosas, individualistas que se colocan de espalda a las presiones y posibilidades de la modernidad. En el trabajo, he destacado aquellos conocimientos y observaciones que ofrecen datos positivos. Esto lo hacen por momentos Durand, Sacriste y Rasmussen. Esto es un aporte del trabajo y es un aporte de estos autores. Así mismo lo es en su conjunto el pensar de Rafael Moneo, porque revela plena lucidez intelectual que emplea todos los recursos de análisis racional para decirnos de que trata la arquitectura. Cuando Moneo dice que la arquitectura no es respuesta automática al lugar (no obedece a causa-efecto) y razona sobre ello, está aportando datos positivos para la disciplina de la arquitectura.
Algo más sobre la tradición. Desde la Grecia antigua, y a partir del gran salto en el pensamiento de sus filósofos, tradición es sinónimo de prejuicio y de conocimiento estancado. Filosofía y ciencias han dado saltos gigantes gracias a aquellos precursores del saber que han sido capaces de impulsarse por encima de ellas. En un sentido, la arquitectura moderna se construyó sobre la condena a la tradición. Sin embargo, al día de hoy, ya no hacen falta tales pruritos en contra de la tradición. En las teorías se ha conocido mucho de las pretensiones de torcerla: lo hicieron los que levantaron el estandarte de los métodos o lo ha hecho Muntañola con sus áridas y secas ideas. En arquitectura lo han hecho proyectistas como Eisenman. Tales extremos no hacen falta.
En arquitectura la tradición cumple un papel distinto, y es un papel que está en la raíz de lo que es ella como ciencia con todo derecho (ciencia en el sentido de Collingwood). Toda obra tiene un ancla en la tradición y la tiene a pesar de las intenciones opuestas de los autores. Moneo lo explica: ciertas arbitrariedades se convierten en norma. El trabajo contribuye a poner de relieve la presencia de dos ingredientes fundamentales para todas las teorías y para todas las arquitecturas: cultura y tradición. Sin ellas, la arquitectura se desvanece y se puede transformar en otra cosa.
Cuando leemos textos como los de Abercrombie o de Rasmussen identificamos que la arquitectura es mucho más que construir y que construir bien. Las obras de todas las épocas pueden ser testimonios de cómo queremos que sean nuestras ciudades, de cómo queremos que sean los utensilios tecnológicos mayores que como humanos empleamos. Ese utensilio mayor que es la arquitectura nos sirve en términos prácticos pero nos sirve sobre todo como testimonio de un pasado que entendemos como legado a conservar. Y nos sirve también para pensar que podemos ser y hacer en este mundo. Arquitectura trata de necesidades y de climas, de hábitos y de juegos. Con ella entendemos el mundo y encontramos placer en ello.
Un hombre sensible, Steen Eiler Rasmussen, nos ha permitido con un libro sobre teoría entender lo que acabo de escribir. Este trabajo ha sido un medio para afirmar entonces que vale la pena que nos empeñemos en mantener a teorías y arquitecturas dentro de sus marcos tradicionales, porque la humanidad ha invertido mucho en ello.
Las teorías son un continente en donde palabras, obras, escritos aforismos, tratados, modelos se guardan y se renuevan; se usan y se discuten. Esto permite actuaciones, nuevas obras y nuevas ideas. La tradición está allí para que la admiremos pero es así mismo acicate para superarla. Un arquitecto como Aldo Rossi se afanó en hacer arquitectura y se afanó también en revisar la tradición de las ciudades. Hoy, Rossi es una referencia más en la historia y tanto sus obras como sus textos son hoy objetos de crítica. Pero en su actuación hay un modelo que vale la pena respetar e imitar. Lo mismo vale para Rafael Moneo: autor de hermosas obras, acucioso crítico cuando ha hecho falta y un docente de altísimo nivel.
Así, ya concluyendo, pienso que tanto la arquitectura como utensilio mayor así como las teorías como continentes de palabras e ideas vale la pena conservarlas como patrimonio cultural de la humanidad.
Nuevamente toca insistir acerca de las diferencias con las ciencias naturales. Las brújulas y las antiguas cartas de navegación, los arcos y las flechas están hoy en los museos para mostrar ciencias y técnicas antiguas. Ciencia y progreso van de la mano. En cambio, en arquitectura nos toca un papel conservador para ser fieles a su naturaleza.
Y aquí viene otro aporte del trabajo. En el mundo del pensar sobre la arquitectura debemos cuidarnos de traernos a engaño.
En el trabajo nos hemos referido a las ideas de Claude Perrault. Es figura clave para entender el devenir de la historia de la arquitectura a partir del siglo XVII. Además de la traducción del texto de Vitruvio, Perrault proyectó diversas obras. Quizás su obra más significativa sea la fachada del Louvre, en conjunto con Louis Le Bou, Charle le Brun y su hermano Charles Perrault (1667-1674) (Middleton y Watkin, 1979: 9-11). La fachada alargada se organiza en dos niveles. En el superior, una extensa columnata abarca toda la extensión de la obra. Frontalmente, el cuerpo edificado se divide en tres partes. El cuerpo central está rematado con un frontón. Por donde se le mire, esta obra es clasicismo puro.
Tenemos así dos Perrault. Uno que razona y condena la tradición clasicista, entendiendo que el empleo de los órdenes sólo obedece a las costumbres y a una autoridad que nadie osa contestar. Pero a la hora de proponer arquitectura lo que hace se inserta perfectamente en la tradición clásica. El arquitecto que hace no se aleja de lo que haría cualquier arquitecto de su tiempo. Responde al encargo de la fachada del palacio con las formas consabidas de su tiempo. Por otra parte, el Perrault pensador se auto-condena y actúa como un científico, exigiendo razones argumentales (3).
La disociación de Perrault es en buena medida la misma que permea a las teorías en el ámbito de la modernidad. Por un lado se hacen proyectos que se mueven entre apegos a las tradiciones e innovadoras formas. Por otro, el fondo cultural de la tradición que este trabajo reivindica como parte sustancial de la arquitectura es negado y se pretende que el pensar sobre la arquitectura sea un argumentar tal y como se da en las ciencias naturales.
Es hora de terminar con tal engaño, reconociendo que la arquitectura y su reflexión no tienen por qué intentar comportarse cual ciencias naturales. Pueden perfectamente entenderse como actividades en donde la tradición cultural tiene un peso importante.
Este trabajo muestra que hoy ya no vale la pena cerrar las puertas a la tradición.
Toca seguir insistiendo por última vez.
Respetar y asimilar la tradición, es asimilar también los aspectos positivos de las ciencias en sentido estricto. Cuando ha sido la ocasión me he ocupado de mostrar los aportes de los datos positivos en arquitectura. Uno de ellos es el que brinda el economista John Kenneth Galbraith cuando nos dice que una obra no se puede valorar sólo en términos de economía y función. Si una obra produce placer, a la larga será una obra de gran economía humana por el bien que producirá.
Es la forma en que creo se debe pensar acerca de la arquitectura. Es el servicio que deben prestar las teorías: recordar el placer, recordar la belleza que puede significar la arquitectura, ese utensilio mayor.
Investigación y conocimiento obedecen a servidumbres. Ni el trabajo de investigar ni el esfuerzo por conocer se producen gratuitamente, aunque en el pasado se haya dicho lo contrario. En estos campos, la ciencia reglamentada es la reina de la era moderna. Por lo tanto, muchos quieren servirla. Han existido muchos esfuerzos por volver ciencias a la teoría y a la arquitectura. Así, teorías y arquitecturas han intentado servir al ámbito científico. Pero ese modelo reinante es unilateral. El propio espíritu de indagación nos obliga a reconocer que tanto teorías como arquitecturas no obedecen al modelo de las ciencias naturales. Sus verdades, sus hechos, sus métodos de trabajo sus valores y metas son distintos. Esto es lo que este trabajo permite concluir. No creo haber inventado nada. Sólo he marcado un acento y como se ha dicho repetidamente he descartado pero también he mostrado la cara luminosa de las teorías. Toca seguir insistiendo y seguir abriendo puertas. Sirvamos a la arquitectura y mostremos a las ciencias naturales que hay otras realidades y verdades distintas a las que en ellas se reconocen.
Lo anterior permea en la investigación. En las indagaciones académicas en ciencias naturales se exige y valora el conocimiento nuevo, los llamados aportes a las disciplinas. Se le exige a la investigación que se inscriba en una línea de progreso. Así, una mirada a la tradición dentro de una investigación académica es una rareza. Hemos tenido la experiencia de escuchar juicios condenatorios apelando solamente al modelo progresista. Lo antiguo debe descartarse y lo nuevo sustituye a lo viejo. Y debe decirse que esta valoración apriorística no es nada científica. Parece más un acto de fe. El aporte de este trabajo no debe buscarse en alguna novedad o en alguna refundación de teorías. Al contrario, este trabajo clama por una reorientación: mirar la tradición cultural como referencia necesaria y permanente, abandonando el modelo progresista ideal de las ciencias.
Terminaré con una última impresión.
En la relación entre arquitectura y ciencias en sentido estricto (modelo Bunge) la arquitectura se ha prestado a jugar un papel dentro de las pseudociencias, esas disciplinas que se presentan como ciencias, que formalmente actúan como tales empleando categorías y conceptos que no se pueden validar o cuestionar empíricamente. En esta línea, cabe nos preguntamos por tantos textos que se han enunciado como propuestas científicas de arquitectura que al día de hoy son sólo testimonios de algún valor histórico, sin hipótesis o conceptos que se apliquen en la arquitectura. Aunque las ideas de un Eisenman no necesariamente pretendan ser teoría (no lo sé) queda el lapidario comentario que hace Moneo, cuando sugiere que para entender su obra es mejor no leer lo que escribe. En la literatura sobre arquitectura más de un texto es mejor no leerlo si uno quiere aprender algo de la materia.
Por otra parte, la relación entre arquitectura y otras ciencias es inevitable. Se ha gastado mucha energía en igualar la arquitectura a ellas. Considero que hay una veta que merece ser explorada en mayor profundidad en sentido contrario. La arquitectura puede ser una suerte de correctivo o de aporte disciplinar para las ciencias debido a su particularidad como ciencia (y aquí sigo a Gadamer y a Feyeraband). Es una veta a explorar.
Una situación parecida sucede con la filosofía y la estética. Si bien las relaciones entre filosofía y arquitectura han tenido manifestaciones en los textos de Peter Eisenman, Bernard Tschumi o Iñaki Abalos (entre otros), creo que en buena medida el territorio sigue inexplorado. Lo mismo sucede con la estética, en la que la arquitectura y sus formas de proceder todavía no han sido estudiadas en profundidad. Este trabajo comenta los aportes de un Collingwood o de un Gadamer, pero queda camino por andar.
Notas
(1). La idea de naufragio del clasicismo proviene de Rafael Moneo. Este, no obedece sólo a las ideas de Claude Perrault. Es un fenómeno que perduró mucho tiempo. Digamos, que el barco se hundió lentamente y digamos también que en la superficie del mar algunos restos siguen flotando.
(2) Ernst Gombrich trata del tema de las humanidades, Max Scheler del saber culto que es diferente del saber práctico y Hans Georg Gadamer de las ciencias del espíritu distintas a las ciencias naturales. No puedo afirmar que hablen de lo mismo. Gombrich, historiador del arte, se refiere fundamentalmente a la tradición en pintura, escultura y arquitectura. Probablemente Scheler se refiere a un modelo educativo y cultural. En el caso de Gadamer, a veces trata de filosofía, otras de historia, otras de literatura. Pero, para los efectos de identificar la distinción de los saberes y métodos propios de la arquitectura, distintos de aquellos que se emplean en las ciencias naturales, vale agrupar fenómenos y disciplinas coincidentes, llámense humanidades, ciencias del espíritu o saberes culturales.
(3) En parte, esto se puede explicar porque Claude Perrault era médico e inventor y comenzó a dedicarse a la arquitectura cuando tenía más de 50 años (Middleton y Watkin, 1979: 9).
Referencias consultadas (se incluyen únicamente aquellas relativas a este texto, que es solamente una pequeña parte del trabajo).
-Durand, J. N. L. 1981. Compendio de lecciones de arquitectura. Madrid, Pronaos.
-Gadamer, Hans-Georg. 1993. Verdad y método. Salamanca. Ediciones Sígueme.
-Gadamer, Hans-Georg. 1998. Arte y verdad de la palabra. Barcelona, Paidós.
-Gadamer, Hans-Georg. 1998. Estética y hermenéutica. Madrid, Tecnos.
-Gadamer, Hans-Georg. 2002. Verdad y método II Salamanca. Ediciones Sígueme.
-Gombrich, Ernst. 2004. Breve historia de la cultura. Barcelona, Ediciones Península.
-Schaeffer, Jean-Marie. 1999. El arte de la edad moderna. Caracas, Monte Ávila.
-Schaeffer, Jean-Mari. 2005. Adiós a la estética. Madrid, A. Machado Libros SA.
-Scheler, Max. 1980. El saber y la cultura. Madrid, Editorial Universitaria.
Un artículo muy interesante, con un gran desarrollo de la arquitectura y sus diferentes puntos de vista, tanto científico como filosófico. Saludos y enhorabuena.
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