Con el pasar
del tiempo, uno se da cuenta que encontrar un buen libro de teoría de la
arquitectura no es cosa fácil. Fue hace un par de años o quizás un poco más, en
ocasión de una entrega del curso de Historia del profesor Ricardo Stand
(UCV-FAU), cuando por primera vez tuve en mis manos La experiencia de la arquitectura de Steen Eiler Rasmussen (2000). El
texto me lo mostró un alumno y había sido recomendado por el profesor. La
apariencia y tamaño del libro me resultaron atractivos. Con pocas palabras, Ricardo
me dio a entender que su lectura valía la pena.
Dibujo de Steen Eiler Rasmussen del canal de Suzhou, fechado el 29 de octubre de 1923.
Una de las
cosas que uno puede decir acerca de libros y personas es que hacemos parte de
un tejido cultural. Y eso permite valorar. Existen profesores que si
recomiendan un libro puedo estar seguro de antemano que no valdrá la pena. En
otros casos, como en el de Ricardo, vale la pena escuchar.
Cada vez
aprecio más este libro. Me resulta uno de los mejores textos de teoría de la
arquitectura. Quizás su virtud fundamental es que se concentra en la
arquitectura, en la narración de su experiencia, dejando mínimo espacio para
las categorías teóricas y para los términos especializados. En 2018 preparaba
mi último trabajo de ascenso (1). Y este libro se prestó para poner en blanco y
negro algunas ideas sobre el papel de la teoría de la arquitectura. El
comentario y análisis del texto lo incluí en el capítulo dedicado a los textos
de teoría de la arquitectura. Y en este blog
ya he escrito varias veces acerca del libro.
Rasmussen
circunscribe el texto a lo que anuncia el título. El tema fundamental es el de
la experiencia de la arquitectura, abordado con gran sensibilidad y a través de
un claro discurso. No hay mayores consideraciones técnicas y tampoco
referencias al proyecto, temas claves de la arquitectura. Sin embargo, vale la
pena adentrarse en lo que Rasmussen sí trata. El primer capítulo está dedicado a
“Observaciones básicas”. En forma rápida destaca ocho aspectos claves para
apreciar la experiencia de la arquitectura. Estos son:
1-La arquitectura como
bella arte. Si la música es arte del oído, la arquitectura junto con la pintura
y la escultura, son artes de la vista y así mismo de lo bello. Esta experiencia visual permite una
apreciación sintética (expresada muchas veces en las fotos de exteriores) que
es siempre más que la suma de múltiples aspectos que conforman un proyecto. La
arquitectura es “algo indivisible” (Rasmussen, 2000: 15).
2-La arquitectura como arte
funcional. Si la foto exterior nos conduce a apreciar la belleza, no se debe
olvidar que en el interior de esa masa edificada existen espacios delimitados
que enmarcan la vida. La primera visión es modelado del paisaje, la segunda es
modelado de la vida.
3-La arquitectura como
escenario. Los aspectos visuales y funcionales no son mera respuesta física. La
arquitectura construye formas con las que interactuamos. La arquitectura puede
fracasar o ser eficaz ante este delicado requerimiento.
4-El dictado del tiempo. En
arquitectura no se puede recrear el pasado. Hacerlo significa una pretensión y
una falsedad, aunque la arquitectura del pasado produzca encanto. En sentido
distinto, toda obra debe prepararse para una “representación larga” (Rasmussen,
2000: 19).
5-Proyecto
y construcción. El pintor realiza su obra. El arquitecto no. Este no aporta su
mano o trazo a la obra. La construcción es un proceso impersonal y en la obra
el papel del arquitecto es el de organizador. En contraste con otras artes, “la
arquitectura es incapaz de transmitir un mensaje íntimo de una persona a otra” (Rasmussen
2000: 20). Sin embargo, la obra arquitectónica implica “una gran claridad”,
“ritmo y armonía” y “organización, que es la idea subyacente del arte” (Ídem).
6-Arquitectura
y vida. El contacto que tenemos con las herramientas y con lo construido es rico
y complejo. Crecimiento, conocimiento del mundo y destrezas están asociadas a
la arquitectura. Rasmussen describe una escena romana, que sucede en la parte
posterior de la Basílica de Santa María Mayor. Aprovechando la terraza
perfectamente plana contigua a la fachada posterior, un grupo de niños juegan
pelota. Definen un campo de juego y emplean tanto el pavimento así como las
paredes de la iglesia. Esos niños “de una manera inconsciente experimentaban
ciertos elementos básicos de la arquitectura: los planos horizontales y las
paredes verticales sobre las rampas. Y aprendían a jugar en estos elementos.”
(Rasmussen, 2000: 21.22). Cuando los niños se van, la arquitectura queda allí cumpliendo
con su papel de escenario para la vida humana.
7-Aprehensión
de la forma y de la ciudad. La arquitectura es un medio educativo para
aprehender las formas; lo duro y lo blando, el color, el tamaño. Un puente de
ladrillo puede ser experimentado como “forma blanda”, mientras que el
almohadillado del Palacio Punta di Diamanti, también en Roma, es expresión de
“forma dura”. Así, “se pueden utilizar gran variedad de materiales y alcanzar
resultados muy satisfactorios, pero no se pueden utilizar o combinar en forma
arbitraria”. (Rasmussen, 2000: 25-27).
8-Experiencia
de estilo. Los utensilios los usamos para determinados fines. A su vez
estos nos dicen cosas. La arquitectura
es el mayor utensilio que ha inventado el ser humano. Un raqueta de tenis, unas
botas para montar y una pelotica de goma sirven a determinados propósitos, y a
su vez nos informan. Los dos primeros objetos son aristocráticos y el último
nos hace pensar en una calle venezolana y en niños que probablemente no juegan
tenis. Así, la arquitectura -ese utensilio mayor- la empleamos, pero también informa y forma. Los edificios, se crean con un espíritu especial, “y
ese espíritu se transmite a los demás.” (Rasmussen, 2000: 29). Nuestra relación
con los utensilios comienza con los juegos infantiles. Cuando aumenta nuestro
dominio, exigimos a esos utensilios mayor eficacia. Nos queremos apropiar de lo
que nos rodea. Y entonces construimos. Podemos modificar una porción de
terreno, podemos construir encima de un árbol, o podemos habilitar una cueva.
Esto lo hacemos “según las necesidades culturales, el clima y los hábitos
culturales” (Rasmussen, 2000: 30-31). El juego infantil edifica una forma de
entender el mundo, una corriente de vida. En definitiva, un estilo.
Las ideas anteriores son
fundamentales para entender el marco en el que se hace y se experimenta la
arquitectura. Como complemento y lección final a esto, se pueden decir también
otras cosas más.
En el prólogo del libro, la profesora María Teresa
Valcarce (2) nos dice que el texto de Rasmussen es una enseñanza para aquel que
quiera aproximarse a la arquitectura. Tal aprendizaje significa disfrute. El
conocimiento de la arquitectura nos modifica y ayuda a crecer intelectual y
espiritualmente. En un contexto de goce. Todas las implicaciones de la
arquitectura son solo una gris referencia si no se entienden en el contexto de
ese disfrute humano, razón esencial de la arquitectura que la academia suele
olvidar.
Este estupendo libro alerta sobre omisiones de la
academia, pero también acerca de sus excesos. Ya cerrando el texto, Rasmussen
afirma que “no se ha encontrado a nadie que pueda emitir un juicio,
fundamentado lógicamente, sobre el valor arquitectónico de un edificio.”
(Rasmussen, 2000: 185).
La
arquitectura no se inscribe en el mundo de las ciencias naturales, aquellas en
donde las causas y las razones lógicas son fundamento central y método de
operar. Este texto se puede inscribir en la línea de las ciencias del espíritu
(3) o estudios de la cultura. Aunque este tema requiere de un mayor desarrollo,
se puede decir que la arquitectura a partir del siglo XVII se nutre de
racionalidad y comienza un largo trajín de filiación al mundo científico. Sin
embargo, ante la predominante línea de indagación cientificista, se puede
mencionar la prudente y necesaria veta de los estudios de la cultura en la que
se puede incluir un texto como este así como el aporte de filósofos como Max Scheler (1874-1928) (4)
quien distingue saber culto de saber práctico.
Para
Rasmussen la arquitectura es experiencia vital, anclada a nuestra psicología y
a nuestra espiritualidad. Es igualmente motivo de placer. Todo lo anterior debe
deslastrarse de las formas simples del pensamiento racionalista y en cambio
debe cultivar el maridaje con la tradición cultural de occidente, marco histórico
en el que se ha desarrollado la arquitectura tal y como la conocemos.
Steen Eiler Rasmussen (1898-1990)
Notas
(1) “Teorías y
arquitecturas en plural. Mirando la tradición”. (FAU-UCV. 2019). Presentado en
mayo de 2019 para ascender en el escalafón universitario a la categoría de
Titular.
(2) Profesora Titular del Departamento
de Composición Arquitectónica de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de
Madrid. (Rasmussen, 2000: 11).
(3) Wilhelm Dilthey (1833-1911), filósofo vitalista, psicologista e
historicista, establece una clasificación de las ciencias: de la naturaleza y
del espíritu.
(4) Max Scheler dice: (…) “Culto” no es
quien sabe y conoce “muchas” modalidades contingentes de las cosas (polimatía),
ni quien puede predecir y dominar, con arreglo a las leyes, un máximo de
sucesos –el primero es el “erudito”, y el segundo, el “investigador”-, sino
quien posee una estructura personal, un conjunto de movibles esquemas ideales
que, apoyados unos en otros, construyen la unidad de un estilo y sirven para la
intuición, el pensamiento, la concepción, la valoración de tratamiento del
mundo (…). (Scheler, 1980: 75).
Textos
consultados
-Rasmussen,
Steen Eiler. 2000.
La experiencia de la arquitectura.
Madrid, Mairea/Celeste.
-Scheler, Max. 1980. El saber y la cultura. Madrid, Editorial
Universitaria.
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