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Apuntes biográficos

Trataré aquí de lo que el título anuncia, evitando anécdotas que sólo interesan en el ámbito de lo privado o íntimo. Sin embargo, si se trata de compartir conocimientos, es inevitable la dialéctica entre lo individual y lo universal. Es interesante conocer cómo llegamos a dedicarnos a determinada profesión, toda vez que este tema trasciende lo personal.

El destacado arquitecto portugués Álvaro Siza (1933), de adolescente quería dedicarse a la escultura. Durante un viaje vacacional con su familia se trasladan a Barcelona y allí conoce la obra de Antonio Gaudí. La experiencia constituye una revelación pues la arquitectura de Gaudí es tremendamente expresiva y elaborada en sus formas. Su padre no deseaba que él se dedicase a la escultura. Al parecer, el joven Álvaro encontró en Gaudí una solución de compromiso. El mundo entero debe estar agradecido por eso.
 

La arquitectura de Gaudí, inspiración para el joven Álvaro Siza. Parque Guell, Barcelona (1900-26). Antoni Gaudí. Foto: Luis Polito
 

 Iglesia San Marco de Canaveses (1996). Álvaro Siza. (Recuperado el 15-04-2020. https://tinyurl.com/v229eem)

 Hay personas con vocación por las ciencias y otras por el arte. También las hay capaces de conectarse con ambos mundos. Es mi caso.

Nuestra formación educativa nos obliga a orientar los dos últimos años de la escuela en ciencias o humanidades. En mis tiempos de bachillerato, las personas de sexo masculino escogían predominantemente las carreras científicas, mientras que las de sexo femenino preferían las humanísticas. Los varones de mi grupo se dividieron en dos grandes bloques: ingeniería y medicina. Yo, atendiendo a mi vocación de ser cucaracha entre gallinas, escogí arquitectura. 

Los motivos que me llevaron a estudiar arquitectura tenían que ver con mi gusto por el dibujo técnico y con mi habilidad innata para la geometría (incluida en los temas de matemáticas al final del año, y por lo tanto casi siempre impartida a la carrera con el tiempo en contra). Por otra parte, las matemáticas me hacían doler la cabeza. 

Si ya en el bachillerato nos obligan a diferenciar ciencias de humanidades, cuando ingresamos a la universidad nos encontramos con un universo de facultades y escuelas, de territorios separados. En el caso de la arquitectura este problema se redobla. Los que estudiamos arquitectura emprendemos dos carreras simultáneas: la teórica y la práctica, la científica y la artística. 

Con toda responsabilidad digo que son dos carreras separadas. En otras disciplinas teoría y práctica se complementan. En arquitectura no; en el mejor de los casos teoría y práctica mantienen un mínimo diálogo. Pero lo más frecuente es que sean autónomas una de la otra. Si esto parece demasiado tajante, solo puedo mencionar que existen estudiantes con una fuerte vocación práctica –el proyecto– que se ven torturados por las materias teóricas. Otros se interesan por estas últimas y allí destacan pero les cuesta mucho desarrollar sus proyectos. También es cierto que hay un tercer grupo que se aplica en ambas vertientes. 
Mi padre estudió ingeniería mecánica. Su tesis de grado fue el proyecto de un motor diésel. Todavía guardo los dibujos que hizo; entre ellos un corte transversal del motor a escala 1:1. Su ejercicio profesional lo realizó en el campo de la ingeniería civil. Mi madre estudió letras. Fuimos cinco hijos: mis dos hermanos son ingeniero y psiquiatra y mis hermanas estudiaron letras y arte. 

Mi hermano Antonio –el ingeniero– relata que siendo niño observaba a nuestro padre trabajar, dibujando edificios. Esta tarea corresponde a lo que hace un arquitecto, no al ingeniero. Esto fue común en otros tiempos. Y según me ha comentado Antonio, eso le produjo una cierta confusión. Él quería hacer lo que nuestro padre hacía –arquitectura– pero equivocadamente decidió estudiar ingeniería. Estuvo tentado a abandonar pero no lo hizo. Al día de hoy, es un ingeniero cabal, pero no es una persona entregada sólo a la ciencia. Tiene alta vocación y capacidad artística. 

Mi decisión de estudiar arquitectura, basada en el interés por el dibujo y el rechazo a las matemáticas, es muy poca cosa como para aspirar a penetrar en esa rica y compleja actividad que es la arquitectura. Eso lo sé ahora, no a los diecisiete. En mi caso tampoco hubo vacaciones como las de Alvaro Siza que me permitieran entrar en contacto con grandes obras de arquitectura. 

Hay entonces dos mundos: ciencia y tierra por un lado y arte, aire y agua por otro. 

Pero también hay formas diversas de conectarnos con esos mundos. Existen dos tipos de inclinaciones hacia la vocación. Hay personas que son y hay personas que se hacen

Mozart era músico y Le Corbusier arquitecto. No hay dudas. Mozart empezó a componer siendo niño y Le Corbusier proyectó sus primeras casas antes de los veinte años. A la edad de veinticuatro ya había trabajado con dos notables maestros, –Auguste Perret y Peter Behrens, y viajado a Italia, Grecia y Asia Menor visitando obras de arquitectura, realizando croquis y tomando notas.  En cambio, Louis Kahn es un arquitecto de talento tardío. Su primera obra importante, la Galería de Arte de la Universidad de Yale, la realiza a los cincuenta años. Kahn se hizo arquitecto.

 La primera obra importante de Kahn. Galeria de arte de Yale (1951-53).Louis Kahn. (Recuperado el 15-04-2020. https://tinyurl.com/uuo8slh)

Existe también otro par a considerar: en asuntos de trabajo y vocación existen los concentrados y los difusos. Existen seres dados a la especialización y otros que se prestan a saltar de una actividad a otra. Los primeros son buzos de profundidad y los segundos pasean en velero por la extensión de los océanos, de puerto en puerto.  

 Los especialistas nos cautivan con el dominio que tienen sobre una única y precisa materia. En cambio, otras personas necesitan explorar diversos caminos, tanteando disciplinas y oficios y mostrando en su conversación una diversidad de intereses.

La relación entre dibujo y proyecto es íntima y se conocen muchos arquitectos por la virtud de sus dibujos. Virtud que no conduce automáticamente a calidad de arquitectura.

Con el tiempo, el oficio inevitablemente nos marca. Aprendemos a desarrollar unos atributos y probablemente descuidamos otros. Me gusta lo que dice el arquitecto Rafael Moneo: la arquitectura se convierte en una forma de ver el mundo. Y da gracias por ello. Yo también, sin embargo, no me siento exclusivamente arquitecto. Soy navegador de superficie. 

Comparto el tiempo entre la docencia y la actividad libre como profesional; dos mundos distintos. Son como caras de una moneda, pero muchas veces la moneda se fractura y cada mitad anda por su lado. 

En el trabajo como arquitecto proyectista uno se ve obligado a ejercer dominios distintos. Para comenzar, el mundo del proyecto y del dibujo es el mundo del orden y de la armonía. Allí el arquitecto es rey. O casi. En cambio, la obra es campo de batalla: cada quien defiende su territorio. El de aquí lo está haciendo perfectamente bien, mientras que el de al lado es un chapucero. Si el arquitecto ingenuo y bien intencionado va donde el segundo a conversar para reparar los errores saldrá muy maltratado en su autoestima y confundido intelectualmente: el chapucero le demostrará la perfección de su trabajo y le convencerá acerca del pésimo desempeño del otro. Ni digamos nada acerca del cliente que no sabe lo que quiere pero actúa como si el arquitecto fuese el confundido.  

El oficio del arquitecto es casi siempre navegación en tormenta.

La docencia es un mundo de sueños. Y si uno tiene la suerte de trabajar en la Ciudad Universitaria de Caracas el sueño es más real. Allí está edificado el sueño de una ciudad más noble. Hay quienes imploran por dosis de realidad en la universidad. Por su naturaleza, ella es idea y versión alternativa, más si se trata de arquitectura. Su realidad es la de imaginar un mundo mejor.
 

Ciudad Universitaria de Caracas. La sede principal de la Universidad Central de Venezuela. Plaza Cubierta (1952-53). Foto: Luis Polito.

Y aquí aparece otro par conflictivo: inserción e integración o crítica y distanciamiento. Se trata del conflicto entre sueño y realidad. Y a veces se trata del conflicto entre arquitectura y compromiso, o bien con la burocracia estadal o bien con los férreos límites que impone la empresa privada.

Yo he escogido antes que nada la universidad.

¿Qué me ha dejado esa casa que es la arquitectura?

En la actividad docente encuentro un reto permanente. Además es fuente de confraternidad y entusiasmos comunes. Con el tiempo ciertas rutinas me van cansando, pero intento renovar mis actividades y apuesto a que mis alumnos me acompañen en eso. La docencia en arquitectura me parece muy compleja. Al igual que en arquitectura, la exactitud y la racionalidad no deben nunca aplacar al vuelo creativo.

Tanto en la universidad como en el trabajo profesional los que nos dedicamos a la arquitectura parece que compartimos un destino común: las entregas. Son esas jornadas interminables de trasnochos seguidos, de un trabajo que parece humanamente imposible pero que siempre sale de alguna manera.

Y debo decir que no me identifico con esa suerte de nerviosismo que ataca a muchos en tiempos de culminación. Me parece que hay algo allí de drama innecesario. Modestia aparte, me he convertido en un buen planificador de mi tiempo. Prefiero el trabajo constante y pausado.

Más importante que el trabajo vertiginoso en pocas horas o días, hay que tratar de conseguir una forma de hacer las cosas, más allá de las pretensiones del ser.  Lo que hacemos es verdaderamente importante. Y esto vale también para la religión y para la moral.
Cuando estudiaba arquitectura, me preocupaba saber si era eso lo que quería ser. Hoy la verdad ese asunto no me interesa y me parece más importante lo que hago y lo que creo debo hacer.

Terminaré estos apuntes con un salto. Uno necesario.  

Soy zurdo contrariado. Es decir, zurdo por naturaleza pero escribo con la derecha. Y estoy convencido que esta dualidad yo mismo me la impuse; probablemente escuchando algún comentario negativo sobre el empleo de la izquierda: la siniestra…

Así, no pertenezco ni al grupo de los derechos ni al de los zurdos. No creo recordar haber conocido a alguien con mi misma condición.

De alguna manera vivo en paradoja, porque soy un zurdo no practicante. Quizás este sea el origen de que frecuentemente en mi terapia yo afirme que soy la cucaracha en el baile de las gallinas. Esa es mi realidad. Por mucho tiempo fue un asunto incómodo pero debo decir que hoy no me molesta en absoluto. He aprendido a bailar eludiendo  gallinas. Y he aprendido a usar ambas manos, sólo a veces. 
 


Croquis propio (2002) hecho con la mano izquierda. Sede Núcleo postgrado universidad simón Rodríguez, Campo Alegre, Caracas.
(Información adicional en: https://www.instagram.com/luispolitoarquitecto/)








Comentarios

  1. Me pusiste a pensar en el uso de las dos manos, cambiarlas una por otra debe ser un ejercicio muy provechoso, permite explorar un universo distinto. Puede ser que con eso sorprendemos a nuestro cerebro, le proponemos lo no acostumbrado y si no rechazamos la torpeza que eso implica, descubrimos otras posibilidades y la contrariedad se convierte en un hecho afortunado. En juego de Tronos hay un personaje que pierde la mano derecha y tiene que hacer todo un esfuerzo para aprender a manejar la espada con la otra. Por algo el cerebro tiene dos hemisferios y por algo se camina con dos pies. Parece que la torpeza no resulta del uso de mano inapropiada sino en el uso de una sola cuando tenemos dos, me pareció escuchar la voz severa de mi padre "usa le due mani".

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