Cocinar
se da en un tiempo más breve. También se da en forma más autónoma. Sin embargo,
creo que los vínculos entre cocina y arquitectura son estrechos y así mismo
útiles de considerar.
Sobre
todo para aquellos que apreciamos tanto un buen plato como una buena obra.
Recuerdo
un texto de Federico Vegas, de hace algún tiempo. En él habla de las relaciones
entre las prácticas y las escuelas de cine, arquitectura y cocina. En la
cocina, la práctica está allí mismo: los alumnos se comen sus trabajos. En
cambio en la arquitectura, la mejor lección no está en el aula sino en la obra.
Me
voy a detener en algunos paralelismos entre cocina y arquitectura.
En una
de las aproximaciones más antiguas de lo que es y debe ser la arquitectura
–hablo de Vitruvio- se señala que esta
debe ser útil, firme y bella. Útil: por lo tanto una operación entre una
necesidad y un resultado, en el marco de las necesidades humanas… Firme: atada
a las leyes de la física, de la economía, de la ingeniería y de la técnica…
Bella: vinculada, entonces, con el arte y con los ideales creativos y
trascendentes de la especie humana.
Desde
Vitruvio, estas palabras y lo que significan nos colocan frente a la
inevitable, difícil y hermosa meta de la arquitectura y de su hacer.
Las
tres palabras convocan a la complejidad y a la necesaria síntesis entre
variables distintas. Como sugiere Ludovico Quaroni, muchas veces estas
variables se encuentran enfrentadas.
Aunque,
cabe decirse desde ya, son opuestas y están enfrentadas solo si la meta de la
arquitectura no se ha logrado, en aquellos casos en los que las
simplificaciones nos llevan a creer que una simple estructura es arquitectura,
o que una obra de arquitectura es una escultura, solo que más grande…
Es
como cuando, en la cocina, los sabores no se fundan, y cada ingrediente
original anda por su lado, imponiendo su presencia aislada.
Cuando
hay arquitectura, no hay ni oposición ni enfrentamiento entre la firmeza, la
utilidad y la belleza…
¿Por
qué nos ha costado tanto, y nos sigue costando, reconocer esta simple verdad?
Quaroni
nos habla de la reducción de las
componentes y los errores que se derivan de ello. Destaca así, la necesidad
de integración, y como consecuencia de esta, de la anulación de las
contradicciones entre las variables…
En
ese mismo sentido, Bruno Zevi señala que en la obra de arquitectura se superan las determinantes históricas, culturales
y tipológicas.
Para
hacer un pabellón criollo, se hacen por separado el arroz, la carne, las
tajadas y las caraotas. Solo se colocan juntos al momento de servir el plato.
Se puede y se debe trabajar en forma independiente… la fusión se da en los
cubiertos y en el paladar.
Por
el contrario, la realización de la hallaca requiere de la sabiduría, de la
cocción y fusión conjunta de todos los variados e intrincados componentes. La
fusión se da en el proceso, y no sirve si se realiza solo al final.
Si
cuando proyectamos el resultado se asemeja al pabellón, no tendremos la
posibilidad de fundir los ingredientes. En arquitectura, es necesario operar
como en la realización de la hallaca.
Si
estamos de acuerdo en esto, estas fusiones deben darse en todos los procesos y
en todos los momentos, y no parece que sea suficiente que consideremos la
integración como una simple reunión de personas o conocimientos.
Creo
que la metáfora está bien clara.
Proyectar
es una forma de preparación y cocción, de labor meticulosa y un tanto sucia en
donde proponemos y hacemos. A diferencia de la cocina, en arquitectura se puede
siempre retroceder ¡Gran ventaja!
Curiosamente,
en la enseñanza parecemos olvidar esto.
Separamos
los conocimientos, los tensamos y los ponemos en conflicto. Y le pedimos al
estudiante fracciones. Atendemos a
las meras combinaciones de espacios o sectores de conocimiento.
En
cambio, tanto en arquitectura como en cocina se trata de atender a una
necesidad vital e interna, una que es capaz de crear y combinar, a través de un
proceso cargado de intención práctica. Aquí, en este fascinante terreno, la
palabra es freno o pérdida de tiempo. Lo que cuenta es el talento y el hacer. No
hay otra.
Esto
no significa que eludamos el estudio. Nada de eso.
Pero
convengamos: poco interesa la receta y el verbo si el plato o la obra salen
mal.
Dos obras mias.
Un ragu napoletano hecho en un día, a partir del recuerdo del que hacía mi padre. Un reto y una tradición de todos los domingos en un cualquier casa napoletana.
Luego, un proyecto del 2002, no construido. Y por lo tanto, no saboreado, a diferencia del ragu.
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