Tradicionalmente se entiende a la arquitectura como una
de las bellas artes, junto con la pintura y la escultura. Artes que se
entienden -por supuesto- creaciones de un autor y dependientes de su gesto y personalidad.
Para ahondar en este otro intento de universalidad -de
generalización- nos parece oportuno recordar sus orígenes. Orígenes que hay que
buscar en el Renacimiento.
Aquel que probablemente sea el primer historiador de la
arquitectura -Giorgio Vasari- organiza su emblemática historia como una
secuencia de biografías sobre destacadas figuras de su tiempo.
A partir del Renacimiento la arquitectura se identificará
con un autor de proyecto. La arquitectura pasa a ser cosa mentale. Aparece así el artista individual.
Luego, el contexto del Romanticismo dará un nuevo
impulso al rol del artista individual. Ser romántico será ser uno y único,
diferenciado del resto del mundo.
El carácter artesanal del trabajo del arquitecto -taller
y dibujo- establece paralelos y asociaciones entre los trabajos del arquitecto,
el pintor o el escultor. Es frecuente ver en las publicaciones de arquitectura
los croquis y dibujos que luego se ven materializados en las obras; intentando
parecerse estas últimas al gesto único e inicial del dibujo del arquitecto.
Esta asociación visual suele dejar de lado las
condicionantes del cliente, de las técnicas utilizadas así como la
participación de diversos ingenieros y especialistas. Es imposible imaginar un
cuadro de Picasso no realizado por él mismo. Pero en el caso de la arquitectura,
el arquitecto no realiza materialmente la obra.
En los años más recientes, la cultura ha tenido a un
exitoso defensor de la idea de la arquitectura como arte: Frank Ghery. Según sus
propias palabras, al comienzo de su carrera era rechazado por sus colegas y
bienvenido en los círculos artísticos. Por otra parte, en sus reflexiones
escasean las referencias a problemas sociales o urbanos. Su principal preocupación
es la transformación de sus croquis y papeles arrugados en edificaciones.
Entender la arquitectura como puro trabajo manual y
centrado en el arquitecto, parece adecuarse a un tratamiento enciclopédico en
donde se comparen superficialmente artes, músicas, culturas y arquitecturas; unidas
por un hilo invisible. Sirve también esta tesis para acentuar el narcisismo y
hermetismo cultural en que a veces se refugian algunos arquitectos.
La condición de arte individual, universalmente constante
es una idea y condición que parece no adecuarse a la arquitectura y al
arquitecto. Y sobre todo no se adecua a las potencialidades y duros problemas a
los que se enfrenta el arquitecto de la modernidad. Aquí, en este ineludible
ámbito, el arquitecto no solo debe diseñar edificios bellos, sino edificaciones
eficientes; con las personas, con el ambiente, con el contexto, con la energía.
Como conclusión de los cuatro textos publicados hasta
ahora (clasicismo, modernidad, ciencia y arte); podemos decir que todos los
intentos de universalidad con sus diversos grados de aceptación o crítica han
demostrado tarde o temprano su carácter finito, su parcialidad, y por lo
tanto su imposibilidad de universalidad.
Queda por analizar un último camino, seguramente más
modesto. Y queda también por repasar que sucede con la cultura arquitectónica
que parece moverse en movimientos cíclicos o en tensiones de opuestos, en un permanente
descubrir y redescubrir.
FRANK GHERY. CROQUIS DEL DISNEY CONCERT HALL (1992-2003)
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