Muchos
profesores eluden toda vacilación. Ignoran así una arista del conocimiento que
es inevitable: la complejidad.
Así, lejos de
adentrarse en esa aventura modesta que es el intento por conocer, optan por
cerrar las puertas. Se convierten así en anunciantes de verdades que sólo ellos
creen.
Algunos
alumnos, más temprano que tarde, descubren la farsa.
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