Hoy,
en la ocasión de su cumpleaños 117, quiero recordar al maestro Carlos Raúl
Villanueva.
Y
comienzo con algunas comparaciones con el recuerdo de Jesús Tenreiro, al que le
dediqué un texto en fecha 09 de abril de 2017.
Con
Jesús compartí en el aula, en su oficina y en su casa en Las Palmas. En cambio
a Villanueva no lo conocí personalmente. Yo ingresé a estudiar en la FAU en
1972, y creo que en esa época él ya no
asistía a la universidad.
La
otra diferencia es que las obras de Jesús están lejos. En cambio, a la obra
cumbre de Villanueva –la Ciudad Universitaria de Caracas- asisto a diario. Con
emociones encontradas. Por un lado identifico el deterioro de los edificios,
causado en buena medida por la desidia gubernamental que ha dejado a la
universidad más importante del país en una penuria económica absoluta. Luego,
asisto también a las caricias y guiños que me hace esa arquitectura tan audaz,
divertida y ricamente variada.
Entonces,
hay diferencias entre mi acercamiento a
la obra y al hombre que quiero recordar.
Veo
las fotos del Villanueva, ese ser bondadoso y redondo. Me lo imagino bajo de
estatura, con aires de profesor, sin la pose de arquitecto glamoroso. Su mirada
me resulta un tanto inescrutable. Revela
calma, a veces hasta distancia. En las fotos que lo retratan con su amigo
Alexander Calder hay expresiones de alegría y picardía. Conociendo los
resultados de esta dupla creativa –el Aula Magna- uno puede suponer que los dos
llegaron a ser hombres plenos volviendo a ser niños, tal y como lo entiende
Nietzsche.
Sin
embargo, digamos que el retrato de Villanueva es el retrato de un hombre común.
Y a pesar de que he escuchado algunas historias del Villanueva hombre, arquitecto y profesor; es poco lo que me dicen.
En mi
consciencia, las
fotos de aquel hombre común se encuentran en total contraste con lo que advierto en los dibujos que
salieron de su cabeza y de sus manos. Esos croquis originales que he podido
admirar en el corredor de la planta alta de su casa –Caoma-. Son dibujos rudos,
secos, pero igualmente contundentes. Lo que contienen y expresan casi parece
querer salir de la superficie del papel. Pocas líneas, algunas anotaciones
precisas, medidas oportunas y una absoluta consciencia de las posibilidades del
curso que va del croquis al proyecto y de allí a la obra.
Luego
están las notas docentes, esas hojas en las que se mezclan el texto mecanografiado, los subrayados,
los tachados, los croquis y las
anotaciones colaterales. Y uno siempre encuentra una oportuna reflexión o un conocimiento de
un aspecto de una obra histórica que antes había pasado inadvertido.
Hace
días me topé con unas reproducciones digitales del proyecto de la Facultad de
Arquitectura. He analizado los planos, los he admirado y he verificado medidas.
Son planos contundentes de una obra contundente. Sin desperdicio, sin
refinamientos innecesarios, ese aspecto del cual Oscar Tenreiro ha tratado en
su blog.
La
Facultad de Arquitectura es el reino del ángulo recto. Muy pocas veces aparecen curvas y superficies en ángulo, solo para reforzar el reino del ángulo recto.
La
Facultad de Arquitectura es la disolución del volumen ¡Salvo el del auditorio!
La
Facultad de Arquitectura es el juego perfecto de lo pesado y de lo liviano. La
robusta estructura y los gráciles parasoles.
La
Facultad de Arquitectura es una lección acerca de lo grande y lo pequeño, de lo
abierto y lo cerrado.
Sigo
recordando.
Villanueva
se hace aún más vivo en el corazón de la Ciudad Universitaria: en la dupla del
Aula Magna y la Plaza Cubierta.
Encontramos
aquí dos potencias enfrentadas. Dos soluciones contundentes y precisas para dos
programas igualmente precisos: el gran
auditorio y el vestíbulo que antecede la sala.
A
diferencia del reino de la Facultad de Arquitectura, en este territorio doble
la curva se hace presente. Y lo hace de diversas formas.
A
diferencia de la Facultad de Arquitectura que es pura desnudez, aquí se
complementan de forma especial el arte y la arquitectura, la estructura y los
revestimientos, el concreto armado y la madera, los colores neutros y los
fuertes acentos de color.
Y
mientras escribo esto, vuelvo a pensar en ese rostro inescrutable de las fotos.
Y
vuelvo a pensar en ese hombre que no conocí, del cual hemos conocido algunos
datos y del cual hemos aprendido como puede ser una arquitectura extraordinaria
en un clima y en una luz como solo tenemos en Caracas.
Mi
recuerdo de Villanueva es hoy este. Es la mezcla de esas fotos y esas miradas
que ocultan más de lo que muestran, esos croquis tan plenos de arquitectura y esas obras otrora
brillantes.
Villanueva es hoy metáfora del país. Un siglo XX que conoció modernidad
y modernización, un país que se abrió al mundo y un legado contundente que se
fue olvidando y menospreciando antes de lo que pensamos. Hoy la Ciudad
Universitaria de Caracas y la Universidad Central de Venezuela revelan un
pasado pleno de cosas buenas y un presente maltrecho. Uno sospecha que la
barbarie cada día gana más terreno. Mientras tanto, la otra cara revela las
infinitas posibilidades de un país digno.
Villanueva
nos mostró que Venezuela puede aspirar a la grandeza. Ese es su gran logro y
siempre le daremos las gracias.
Excelente y conmovedor artículo...
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